Los recursos asociados al río no parecen interesar a la opinión pública ni a la administración, o solo interesan cuando ya se han perdido. Pero no me refiero a los beneficios de sacar grava, ni a bombear agua para los cultivos, sino a los conocidos servicios de los ecosistemas. Es decir, los que nos aportarían y que todos tenemos derecho a disfrutar. Por ejemplo, la aportación de agua limpia (sin pesticidas, sin hormonas), la pesca de especies nativas, la recarga de los acuíferos, el aporte de nutrientes a las riberas, el mantenimiento de los bosques de ribera o el turismo. Se producen continuos atropellos al medio ambiente; al parecer, nos hemos acostumbrado. Esto no suele ser noticia; la crisis es otra excusa perfecta para tapar la mala o ausente gestión en ciertos casos. Además, nadie nos dice el dinero que estamos gastando por haber perdido estos recursos. Deberíamos reflexionar sobre cuánto nos está costando depurar las aguas, sacar agua de un pozo, o recuperar un bosque cuando se ha convertido en un vertedero.

Tenemos reciente el caso del río Palancia, que ha quedado seco en una zona de alto valor ecológico, debido a una captación de aguas. Hace años era un río magnífico donde, por ejemplo, se disfrutaba del agua limpia y de la pesca de la trucha común. Pero ahora encontramos azudes en desuso, ciertas extracciones inútiles de agua, o la proliferación de trucha arco-iris que se reproduce en el río, habiendo desplazado por completo a la trucha común. En la Comunitat Valenciana, los estudios genéticos dicen que existen escasas truchas comunes del linaje mediterráneo; suponemos que su presencia en pocos años será puramente testimonial.

La problemática es extensiva a otras regiones. Entre otros problemas, los ríos sufren la reducción de crecidas ordinarias, que arrastran periódicamente limos y arcillas, materia orgánica, etc. Eliminar las crecidas ordinarias (en muchos casos injustificado), así como el secar el río, favorecen la acumulación permanente de carbonatos y la costra caliza, que perjudica a los invertebrados, plantas y a la reproducción de los peces. No solo de trucha común, sino también de especies amenazadas, como la madrilla del Júcar. Obviamente, los numerosos azudes que eliminan las corrientes (por embalsamiento) perjudican a estas especies, y los pasos de peces no solucionan el problema.

Hay que reconocer que se hacen estudios (escasos), financiados por la administración pública. Pero éstos no parecen ser considerados a la hora de tomar decisiones; incluso se proponen proyectos en lugares donde el río está mejor conservado. Apenas se dedican recursos para conservar y rehabilitar los ríos. Por tanto, si no se ponen las medidas necesarias, si a pesar de la ley, los ríos siguen siendo los últimos en la cola para pedir agua, ¿de qué sirve el trabajo de los científicos y técnicos? ¿A qué debemos apelar para que se respeten los ríos y humedales? Supongo que un día nuestros nietos juzgarán nuestras acciones, mirarán a los cauces convertidos en canales de hormigón, se preguntarán qué han hecho para merecer esto.