Del ¿por qué no te callas del rey Juan Carlos al momificado Hugo Chávez hemos de preguntarnos por qué nos callamos? Es verdad que las redes sociales echan fuego a poco que te entretengas con el ratón del ordenador o manejes el dedo sobre el cristal de reacción táctil del teléfono. Es verdad que la burbuja informativa tiene una salud mucho más sólida que la del jefe de Estado, que las cadenas se dan tortas a ver quién le toma más, y mejor, el pulso a un día a día tan impetuoso que apenas da tiempo a poner titulares corridos en la pantalla mientras los tertulianos tratan de explicarnos las claves de la realidad, por supuesto vista desde un solo ojo, bien el derecho, bien el izquierdo. Es verdad que antes las tardes eran tardes de chisme caníbal y que Telecinco, para asombro, seguimiento, o indiferencia estupefacta sigue estrujando la teta de Belén Esteban o el regreso lloroso de Kiko Hernández, y que El secreto de Puente Viejo se mantiene fuerte en Antena 3 a pesar de que Amar es para siempre le deja la pantalla tiritando. Y que La 1 sigue su declive en una tarde sin rumbo, y que reponga La señora o Herederos es irrelevante, y que luego empuje a Ana García Lozano al teatrillo de Tenemos que hablar tampoco ha sido un festival para Ignacio Corrales, director de la casa, es más, uno, que guarda ramalazos de ingenuidad, pensaba que Tenemos que hablar era tener que hablar de lo que pasa en la calle. Es lo que hacen Cuatro y La Sexta. Aún así me pregunto quién está más al tanto, ¿Tenemos que hablar cuando habla del dolor de no poder preñarse, o los de Cuatro en Te vas a enterar, y los de La Sexta en Más vale tarde cuando hablan de que Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal tuvieron su ratico de sexo ante una audiencia agradecida por un encuentro donde ella, transparente como un cónclave, gritaba poseída, me siento apoyada, muy apoyada?

A las puertas de Ritz

Qué chimenea tan pequeña, dicen en la plaza de Bernini esperando que descargue su humo de leche encajada sobre el tejado de la capilla de Sixto IV. Hablar de chimenea pequeña después de hablar del amor contra viento y Bárcenas de Rajoy y Cospedal es como pensar que quien no tiene un buen badajo no es capaz de sacarnos del pozo. Pero ni por esas. La divina manchega no se da por enterada y responde que todo, todo, son tonterías. Es decir, todo lo que sacan en los programas que no hablen de sus amores incorruptibles, de su capacidad para la comedia, y de sus puestas en escena, no interesa a nadie. Sin embargo, Mariloli, yo pienso en los amantes pasajeros, o como dicen los del fútbol, ahora te ensalzo para mañana darte una patada que te ponga la peineta en los tobillos, guapa. Si la boca de Mamen Mendizábal en condiciones normales es grande como el cabreo en directo de Mercedes Milá, apenada porque un Falete cualquiera que se tire al agua le arrebata la corona del pozo séptico en el que bracea, la tarde en que pasaron a cámara lenta el beso entre los amantes populares se desbocó hasta casi rozarle el belfo a los colaboradores de Más vale tarde, ya sea María Garzón, la hija de ídem, Rubén Amón, o Juan Luis Cano, aquí más goma que espuma. Estos programas, cada día más asentados porque cada día se nutren de una actualidad que nos salpica sin salir de casa, nos enseñan cosas que en la televisión pública no tienen cabida, mucho menos en los informativos. Rato, ratero, devuelve el dinero, se escuchó en el de Jesús Gallego „el de Cuatro„. Muchas cámaras se apostaron a las puertas del hotel Ritz para ver si ministros, secretarios generales, directores de algo, o portavoces, se paraban y decían algo, por caridad, pero no. Fue la gente con sus disfraces y sus pancartas y sus gritos de rabia la que acabó como protagonista.

Si eso, mañana me lo explican

Sobre este asunto, alguien escribió una frase en Twitter. Dice así, la cúpula del PP desayuna en el Ritz por aquello de la actualidad, luego sale por la puerta de atrás por aquello de la transparencia. Es verdad. Cuando los políticos se escurren por la puerta falsa, la política y los reporteros convierten la información en un corre que te pillo que recuerda a los espectáculos bochornosos entre reporteros y celebridades de la prensa rosa. Como recordarán, sobre el caos para atrapar celebridades, un guardaespaldas de Ana Mato lesionó la mano de la periodista de Antena 3 Soledad Arroyo. No hablamos de alguien que provoca para llevar desperdicios al programa de corazón, hablamos de una periodista de los servicios informativos. A mí todo esto me pone muy nervioso. Por si nos cegamos y nos confundimos. A ver si nos creemos que como hay programas de actualidad, en las redes sociales se suelta lo que quieras, siempre tenemos en las cadenas a quien nos pone la oreja a gustito porque dice lo que queremos escuchar, al político se lo rifan para que acuda por la mañana, por la tarde, y por la noche, y los programas están al rojo vivo buscando la exclusiva de Cayo Lara, Rosa Díez, Rubalcaba, del pringado José Blanco, a ver si nos creemos que por todo lo anterior ya hemos cumplido como ciudadanos. A ver si nos liamos mezclando información, opinión y desahogo, cuando en realidad, que no lo sé, esto no sea más que el lado siniestro del sistema para, saturándonos, convertirnos en parte necesaria del espectáculo. Si el PP te invita a que lleves tu currículo para trabajar en Eurovegas, ¿por qué nos callamos? Si el presidente balear José Ramón Bauza dice que sus negocios son compatibles con su puesto porque él carece de facultades ejecutivas „cadena SER„, ¿por qué nos callamos? Si Óscar López, el del PSOE, está metido hasta las trancas en la ciénaga de Ponferrada, ¿por qué nos callamos? Si Soraya Rodríguez, la vocera socialista, se molesta con las preguntas sobre José Blanco, ¿por qué nos callamos? Pues por eso, coño, porque mañana alguien se enfadará, voceará, explicará, analizará y decidirá en la tele qué tengo que hacer.

Francisco y TVE

El pobre hombre no tiene la culpa. Acaba de llegar. Pero TVE sí es culpable, y mucho, de haber convertido su elección „erección se leía en el rótulo de una cadena extranjera„ en un programa sin fin y sin cuento. Es inaceptable que llevemos una semana dedicando horas de televisión en directo para conocer al nuevo jefe de Estado vaticano y que los informativos dediquen otra media hora al asunto. Eso no es informar, es estrategia.