Fernando VI, por Real Carta Orden de 16 de febrero de 1748, prohibió que en Valencia «en adelante no se erigiese altares en las calles ni plazas, ni se formase retablos, arcos ni pirámides para colocar en ellos imágenes de Nuestra Señora o de los Santos». El rey basaba su disposición en que se perdía mucho tiempo construyendo y desmontando por parte de quienes los hacían, y hacían perderlo también a quienes se detenían a contemplar las representaciones teatrales.

Con los aficionados que éramos, y seguimos siendo, los valencianos a este tipo de manifestaciones artístico-religiosas, la noticia sentó como una bomba que dinamitaba buena parte de las esencias fiesteras de un pueblo como el nuestro, muy dado a vivir la calle en gran medida gracias a la benignidad del clima.

La medida afectó de lleno a los «miracles» cuando éstos ya estaban preparando sus cuadros artísticos y la representación de las piececillas teatrales vicentinas, singular costumbre y fenómeno de teatro infantil en toda Europa que conservamos desde la Edad Media.

Los valencianos, menos los vicentinos, no se arredraron y desobedeciendo la orden real siguieron plantando altares y representando «miracles». No obstante, curándose en salud, los de la calle del Mar, lucharon lo indecible para que se exceptuara de aquella norma general a su altar, por estar en su calle la Casa Natalicia de san Vicente Ferrer y ser ellos el más antiguo entre todos los vicentinos. Antigüedad, por cierto, que les disputan los del altar del Mercat.

El rey, atendiendo los ruegos, dictó Real Provisión ese mismo año, fechada en 2 de abril, encima ya de la fiesta, por la que exceptuaba de la prohibición a la fiesta de la calle del Mar, que siguieron haciendo lo mismo que los demás aunque con cobertura legal.

Curiosamente, en plena Guerra de la Independencia con los franceses merodeando por estas tierras, se da entera libertad para plantar altares y representar«miracles». Es decir, podían dejar de ser «furtivos», aunque en realidad siempre hicieron lo que quisieron, sin importarles nada las consecuencias que ello podría acarrearles. Es más, fue en esta ésta época cuando comenzaron a ser representados en valenciano, pues, curiosamente, hasta entonces, habían sido en castellano.

El historiador vicentino Emilio Lisart da cuenta de que a comienzos del siglo XIX existen como asociaciones vicentinas la Fiesta de la calle de los Niños de San Vicente, plaza de la Pelota, calle del Mar, plaza del Mercado, Tossal y plaza de la Virgen. A finales de dicho siglo aparecería la Real Asociación del Pilar, título que le otorgaría el rey Alfonso XII. Luego vendría la de Russafa. A principio del XX nacieron el altar del Carmen y el del Mocadoret.

Refiere Lisart, profundo conocedor de la fiesta, una anécdota curiosa del altar del Mocadoret en las fiestas de 1931, año de la declaración de la República. El 13 de abril hicieron la subida del santo a su altar a los sones del himno nacional, como ha sido siempre costumbre, y la bajada del santo, al término de las fiestas fue acompañada por los sones del himno republicano.

Los altares y asociaciones vicentinas siguen manteniendo viva esta importante tradición. En la Biblioteca Nicolau Primitiu Gómez Serrano, se conserva un importante número de «miracles». El que fuera Catedrático de la Escuela Normal de Magisterio, Juan Cervera, que dedicó parte de su vida a investigarlos, catalogó un total de 170 «miracles» publicados en un tramo de 130 años que estudió. Actualmente, continúa esta producción literaria especializada el poeta y escritor Donís Martín Albizúa.