No tengo ninguna duda de que hay muchos otros mundos (aunque estén en éste), pero de vuelta al que se supone único y real, he de decir que nuestros problemas actuales derivan de un empacho de contables: he dicho empacho, no consumo razonable. A los contables les pasa lo mismo que a los narradores, que si no alcanzan alguna realidad más allá de la obvia e improductiva, no tienen nada que contar. Lo que es contable, ya es real. En efecto, la imaginación (y su fase auroral, la fantasía) es el primer recurso económico, lo que nos lleva de nuevo a los mundos múltiples, como ese que describe Greg Bear en «La radio de Darwin», libro que estoy leyendo y que me sumerge en las amenazas contenidas en nuestro último Fort Knox: el código genético.

Mientras triscábamos por un barranco andaluz, David, un joven investigador, instruido y curioso, que incluyó en su periplo formativo una estancia en Alemania donde casi lo devoran las chinches de una especie de hotelucho («¿Y no las gasearon? ¡Qué raro!», le dije) me contaba que en cierto experimento se trataba de medir la resistencia al dolor ajeno, es decir nuestra capacidad de dañar a los semejantes sin generar resistencia o rebelión. Les ahorro los detalles para entrar en los resultados (ya dije que nada tengo contra los contables): aparte de una minoría de sádicos que causaban incluso más dolor del que se les pedía que infligiesen y de otra minoría mayor (es una esperanza) que se negaba a hacer daño, había una mayoría cualificada de dos tercios que no queriendo dañar, dañaba porque esas eran sus instrucciones.

Alguien dijo que para abrir las puertas al horror, no hay nada como el silencio o la pasividad de la buena gente y George Orwell ya definía la libertad de expresión de modo muy anglosajonamente puñetero: como la capacidad de decir lo que la gente no quiere oír. O sea, que es cierto que sufrimos una oleada de políticos y banqueros rapaces, pero si queremos desembarazarnos de ellos y la pretensión es justa y razonable, lo primero que debemos aprender es desobediencia. Y mañana será tarde.