Cansado de resbalar por la superficie de las cosas, esta mañana estoy decidido a investigar dónde se oculta la realidad. Sabemos que el destino concreto de los ciudadanos no le importa a nadie. Ejemplo: un millón de ciudadanos organizados como iniciativa popular son burlados en su Parlamento con una ley que no recoge ninguno de sus puntos de vista. Otro: el Ejecutivo prepara una ley sobre el aborto que no tiene en cuenta la opinión del 90 % de los ciudadanos. El respeto del poder por las minorías, como se ve, es discrecional. A una minoría la atiende de forma reverencial. A otra, la desprecia. La agenda del poder no tiene nada que ver con el punto de vista de la ciudadanía común. Pero todavía se puede reclamar la lógica de todo esto y preguntarse, como el angustiado Ortega de La rebelión de las Masas, «¿quién manda en el mundo?». Eso es lo que estoy dispuesto a descubrir esta mañana madrileña, fresca y risueña. Lo decidí ayer, al salir de ver a Gutiérrez Caba, en Poder absoluto, en el Círculo de Bellas Artes.

John Austin fue un filósofo del lenguaje inglés que escribió un libro famoso: ¿Cómo hacer cosas con palabras?. El libro revolucionó la filosofía y dirigió mucha atención hacia esos actos que consisten en hablar y en producir efectos en el mundo y en otros seres humanos mediante las palabras. Desde cierto punto de vista, el asunto era trivial, pero su talento de analista, forjado en el servicio secreto inglés durante la Segunda Guerra Mundial, la aplicó a esta tarea de forma espectacular. La acción social completa pudo describirse a través de la articulación de todos esos actos del habla. ¿Qué tiene que ver esta mirada de Austin con mi interés por descubrir el corazón de nuestra realidad y el Minotauro que habita en ella? Mandar es un acto del habla. Para ello, la orden debe ser unívoca. Esto es: en la fronda del lenguaje tenemos la única pista para encontrar el hilo de Ariadna que nos lleve a descubrir quién manda de verdad, pues hemos perdido toda esperanza de que mande Rajoy o que mandemos los ciudadanos.

Ya podemos suponer que se trata de un laberinto, desde luego. Me he acordado de esta vieja utopía descriptiva de la filosofía del lenguaje al leer el domingo por la mañana algunos periódicos. Me habría gustado ver al analista Austin descifrando estos códigos encriptados en los diarios y no los que mandaban los nazis a sus agentes en suelo inglés. Por doquier, los actos del habla parecen descripciones, con pretensiones de verdad. Por ejemplo, los informes escritos por economistas de Harvard acerca de la naturaleza catastrófica de una deuda pública por encima del 90 % del PIB. Sus autores aparecen como científicos sobrios, oráculos objetivos, sin pasión y sin interés alguno. Pero he aquí que otros profesores, con la misma objetividad, recuerdan que sus colegas de Harvard usaron un chapucero cuadro Excel para hacer sus estadísticas, que no tuvieron en cuenta datos fundamentales de la evolución de sus países de referencia y que sus conclusiones sobre el carácter catastrófico de la deuda no fueron tan certeras.

¿Qué efecto producen en nosotros estos actos del habla contradictorios sobre la realidad? Confusión, desde luego. ¿Qué acto de habla es ese que produce confusión? ¿Lo catalogó Austin? Ansioso de leer noticias unívocas sobre la realidad, voy a los periódicos salmón. Hemos de suponer que allí, en ese código de especialistas, podré encontrar alguna pista de quién manda en el mundo. Con decepción, descubro que mucho de lo que dicen parece escrito por ciudadanos. Nada real. Nada unívoco. La confusión llega incluso a producir la sospecha de que la realidad exista. Un experimentado columnista, Ángel Laborda, nos descubre algo inquietante. Según el sistema de medida de la Contabilidad Nacional, el valor añadido bruto de nuestras empresas ha aumentado de forma importante. Pero según la Central Nacional de Balances, ha disminuido de forma creciente. Desesperado, el buen hombre concluye: ¡que alguien lo explique! ¿Pero quién?

El mando del mundo debe recaer, desde luego, sobre alguien que pueda decir algo unívoco. ¿Pero dónde hallarlo? Repaso otros artículos: «Es preciso cambiar el relato», dice uno. «Una nueva comunicación», dice otro. Hacer cosas con palabras, de nuevo, donde todo depende de nuestro umbral de credulidad. Quien mande en el mundo no puede andarse con esta retórica que denota impotencia. Así que, decidido me voy a lo más oscuro. ¿Puede que quien mande en el mundo esté en los despachos transparentes de Goldman Sachs? He aquí que Katie Koch ha pasado por Madrid. Por fin una estratega, pienso. El Minotauro quizá no habita en una caverna telúrica, sino en ese ojo solar que domina la tierra, abierto en el centro de la mano invisible. Lo que Koch dice tiene sentido, pero tras mi lectura intensiva, lo confieso, ya lo sabía todo: que el mercado mundial crece menos que la economía, que la OMC está tan disminuida que es posible que la presida un latinoamericano, que los acuerdos regionales crecen más que los mundiales, y que los obstáculos de frontera impiden cada vez más el libre tránsito de mercancías€ Todo sabido. El pacto comercial EE UU-UE puede que dinamice el comercio mundial, pero a mí me suena a otra cosa. Por lo demás, a la señora Koch le preocupa la guerra de divisas tanto como a mí. China se ensimisma „nos dice„, las materias primas caerán, los países emergentes lo padecerán, así que es buen momento para comenzar a comprar allí barato. Los bancos de países emergentes „continúa„ son una buena apuesta. La razón es que «sólo están expuestos a las primeras fases del ciclo de crédito al consumo». Es decir, a las primeras fases de la futura burbuja. La entrevistadora, Alicia González, se lo recuerda: todo el mundo sabe que China tiene un talón de Aquiles, un sistema financiero completamente opaco. Su respuesta: «Nuestra posición es esperar y ver».

Consuela saber que en el momento decisivo, la gran estratega está como nosotros. Esperar y ver. Nadie manda ya en el mundo porque no hay mundo. Sólo estados mayores que se observan. Los que quieren convencernos de que todavía rige la lógica mundial del mercado, quieren presentarse como otra cosa de lo que son: buscadores de gangas. Si este es el mundo que habitamos, no es del todo mala cosa esto de que Europa sea una isla. Recuerdo a Kant: el iluso cree percibir en el horizonte marino confusos escenarios en los que su imaginación libre es feliz con sus fantasmagorías. Pero es nuestra responsabilidad forjar una sobria isla del entendimiento. ¿Estamos haciéndolo? Construir una isla con palabras nuevas, dice Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, como podría decirlo aquel Austin que defendía Inglaterra cuando Alemania era un enemigo. Ahora estamos en otros tiempos. A pesar de todo, nunca fue fácil producir acontecimientos geológicos. Sabemos que eso implica sufrimiento. Pero con Peppo Grillo, Berlusconi, Bárcenas, ERE, Gürtel, Dorado/Feijóo, Mas, Pujol jr., ni siquiera podemos reclamar dignidad y respeto en nuestro sufrimiento.