Desde luego, no se puede decir que el PP de Fabra sea ostentoso (ni estentóreo). El de Camps era una explosión grandilocuente. Actos multitudinarios, voces solemnes, pompas retóricas, citas relumbrosas y muchas oriflamas. Un clamor caudaloso. Al PP de Fabra no se le oye. Parece aturdido. Y lo está. Lo está porque la calle es un volcán y los dirigentes del PP apenas pueden pisar las aceras. Y lo está porque no hay dinero para «pasar casa». Dos elementos esenciales que lo condicionan todo. Sin ellos no hay proyecto político. ¿Qué planes puede hacer una familia si tiene dificultades para comer? Vive el presente, y gracias. Lo mismo le sucede al PPCV. Pero vivir el presente significa petrificarse y resistir, un antídoto contra cualquier proyecto político. El PPCV está confundido. Manda Montoro, que es quien tiene la llave de la caja. El PP de Fabra ha perdido la palabra y la esperanza.

Hubo un tiempo en que Camps era poderoso en Génova. Y también Zaplana. Hoy, sus herederos ni siquiera se plantean relaciones de poder. De aquella llama no queda nada. Cercado por todos los problemas posibles, y capeando aún los conflictos en los tribunales, el PP valenciano se ha quedado mudo porque no sabe qué decir. Las dificultades sociales le han superado. Habla Castellano y habla Rus, pero cada vez que lo hacen evidencian la más cruda realidad: detrás ya no existe el coro disciplinado y abrumador de antaño, capaz de levantar muros retóricos de enorme grosor.

El PPCV siempre ha gobernado en el esplendor. Las últimas elecciones las ganó -Camps, en pleno caso Gürtel- por la inercia de lustros de generoso bienestar. No está acostumbrado a gestionar el desprestigio y el silencio, mucho menos el castigo que le infringe la calle. Los más listos en el PPCV -que los hay- son conscientes de que la gente les ha dado la espalda y también saben que no pueden reparar el daño que la crisis está produciendo en la sociedad con sus herramientas. Su impotencia se traslada a la misma sociedad y, por supuesto, a las bases del partido.

Hay malestar en el PPCV, un enorme malestar. ¿Podría ser de otra manera si está gestionando la zozobra? Se equivocan quienes piensan que los problemas del PPCV derivan de los imputados o de los tribunales. Esa agenda es errónea, periodística, y haría bien Fabra en no creérsela. El fondo posee otra magnitud. Y se cimenta en la imposibilidad de aliviar a la gente sobre la que se gobierna, en dotarla de confianza cuando está asustada. El partido de Fabra no sabe qué hacer, ni qué decir, ni cómo presentarse ante los ciudadanos perplejos. Ése es el fondo de la cuestión. Es incapaz de reparar sus tragedias. El PPCV sabe que la crisis lo ha cambiado todo y que la turbación social es su propia turbación. Se comía el mundo y ahora es incapaz de tragarse un mendrugo. Ya no hay banderas, ni gaviotas, ni alegrías. Hay desencanto y confusión.

Parte del PPCV reprocha a Fabra su quietismo. Le acusa de no tirar del carro. En el fondo desean que cree una ficción. ¿Cómo lo va a hacer si el PPCV se ha quedado sin palabra? La ha perdido porque está atónito observando la calle. Los años radiantes han desaparecido y ahora no la entiende, ni reconoce su inmenso dolor.