Si uno es heterosexual feliz y convencido, qué problema tiene en que dos homosexuales que se quieren se casen. ¿Dónde está el conflicto? Francia, un país al que siempre miramos con cierta envidia por sus avances sociales, aprobó ayer el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y lo hizo „¡qué tristeza!„, en un ambiente de enorme tensión entre partidarios y detractores. A los primeros se les entiende su afán reivindicador, hasta de exhibicionismo a veces, tras largos años de ostracismo. A los segundos se les ve un notable empeño represor, por no hablar de algún tipo de obsesión personal. España, afortunadamente, superó ese debate en 2005 gracias al tan vilipendiado Zapatero. Mucho ha llovido desde entonces, pero algunos siguen sin digerirlo. Catorce serán ahora los países del mundo donde la libertad de elegir triunfe sobre los prejuicios. Datos para el optimismo en un ambiente de retroceso en la escala de derechos humanos. Lo que en realidad sorprende hoy en día es que la gente se comprometa. Que acepte firmar un contrato civil con la que está cayendo. Vivan y dejen vivir, por favor.