El PP en la Comunitat Valenciana siempre se ha presentado como el gran defensor y garante de las esencias patrias: el agua, la lengua, la cultura, las fiestas, las tradiciones y hasta el «arròs amb bledes» si se terciara. Con el afán de recoger hasta el voto más fundamentalista o ultra, ahí estaban los populares empuñando fuerte la bandera del regionalismo, el bien entendido, claro. Pero ahora que ocupan la Moncloa las cosas cambian. Ya no pueden echar la culpa a los demás. ¿Qué pasa con la financiación autonómica? ¿Nos quedamos satisfechos con 60 policías más para combatir los robos en el campo? Lo último ha sido el rechazo del PP, con el voto de sus diputados valencianos, a rebajar el IVA a las Fallas, otro buen ejemplo de que una cosa es estar en la oposición repartiendo mandobles día sí y al otro también al Gobierno, y otra es gobernar. Rita Barberá, por ejemplo, tenía ayer la magnífica oportunidad de ponerse tan flamenca como hacía con Zapatero y poner verde a Rajoy. Pero como no podía ser de otra manera cargó contra Compromís y se mostró sumisa ante Madrid.