Las danzas en la procesión fueron justificadas alegándose que en el Antiguo Testamento el rey David danzó ante el Arca de la Alianza, que fue la forma de portar la Sagrada Forma al principio en las procesiones hasta que se generalizó el uso de las Custodias.

Las variadas y vistosas danzas procesionales llegaron a constituir el punto de unión entre el pueblo y la institución eclesiástica, aunque fue también el aspecto que más continuas fricciones logró desencadenar entre ambas partes.

Había danzas de gigantones, de espadas, de gitanos, de tañedores de laúdes y vihuelas, de arco, grupos de ministriles de cuerda que iban en carro con coreografía de ángeles con máscaras representando éstos alguna estampa eucarística.

En la Edad Media hallamos un tipo de danza de origen pagano, vinculado inicialmente a cultos agrarios, que siguió siendo hasta la edad moderna tradicional en el campo€; otro tipo de danza, surgido quizá del anterior, aunque pensada de nuevo según un modelo inspirado en los salmos, que fue integrada por la liturgia católica como manifestación de júbilo espiritual (la Moma de la procesión del Corpus de Valencia); también se incorporó otro tipo de danza, elaboración cortesana importada del islam, que a partir del siglo XII se extendió en ambientes nobles en calidad de recreo mundano.

Las danzas de Corpus en el histórico Reino de Valencia tienen sabores judíos y moriscos, las otras dos culturas que convivían con la cristiana tras la reconquista jaimina. Danza judía lo era, por ejemplo, la ejecutada por las cuatro mujeres que representaban a cuatro mujeres del Antiguo Testamento, las judías Abigail, Ester, Judith y Rut, según dibujó Gayano Lluch.

Las danzas de origen o fuerte influencia morisca, incluso ejecutadas por moriscos, son debidas a la cultura que había arabizado el territorio valenciano era el baile, la música y la juglaría. Las escuelas de música de Valencia y Xàtiva eran una cantera inagotable de artistas musulmanes.

A estas escuelas se solicitaba por los organizadores de las fiestas de Corpus en todos los reinos cristianos a los alumnos más aventajados para que actuaran en ellas, dado lo diestros que eran «burlerias, cuentos, berlandinas, bayles, danzas, solazes, cantarzillos, alvadas, passeos de huertas».

Con la llegada de la Ilustración, siempre mirando a las corrientes que imperaban en Francia, en España también se quiso separar lo popular de lo oficial, lo sagrado de lo profano, intentando relegar al pueblo a una actitud y posición pasiva, contemplativa del espectáculo que sólo la clase dominante se le concedía el derecho a protagonizar. El conflicto entre lo popular y lo litúrgico ya se produjo en los primeros siglos del cristianismo. De ello hay constancia documental en el III Concilio de Toledo que prohibió «los bailes en las fiestas natalicias de los santos», pues la gente se entregaba «a danzas y canciones indecorososas. Con lo cual no sólo se dañan a sí mismos, sino que estorban a la celebración de los oficios de los religiosos».

No obstante, las prohibiciones siempre quedaron a la discreción de lo que cada obispo estimara «indecoroso», permitiéndose, incluso potenciándose, aquellas danzas, canciones o representaciones que estaban de acuerdo con lo bíblico o lo litúrgico. En este sentido se pronunciaron los concilios III y IV de Letrán, en 1179 y 1215, respectivamente.

Se pretendió acabar con las danzas en las liturgias, costumbre que venía de los orígenes del cristianismo, persistente en los ritos mozárabes, desplazados en el siglo XI por el rito romano. Las danzas fueron entendidas en origen como signo de la exaltación de la fiesta. Lo que fue original de la primera Iglesia, luego rescatado, resultó objeto de acoso oficial con las nuevas ideas de la Ilustración que se infiltraron en la Iglesia.