Con ya estas horas del miércoles y, en lo que llevamos de semana, Wert no ha recibido todavía ninguna bronca. Ni siquiera a una pitada. Debe estar pasándolo mal el hombre. No es José Ignacio de esos fulanos que pretendan pasar desapercibido. Ni por asomo. Críticas sí que ha escuchado. Esas le llegan a todas horas y de los sectores más diversos, incluídos los propios del partido que le sustenta aunque no pertenezca a él. Las últimas diatribas, como saben, han llovido por querer estigmatizar el sentido profundo de un sistema de becas ideado para garantizar la igualdad de oportunidades.

Pero unas palabritas sobre el cogote no son suficientes para sumergir a alguien que no se esconde desde las primeras de cambio cuando, tras los mandobles iniciales, salió a saludar desde los medios con aquel castizo brindis inolvidable: «Soy como un toro bravo; me crezco en el castigo». Y en eso continúa. Comparte portadas con el joven desplazado filtrador de los secretos de la CIA y con Nelson Mandela. Wert ha profundizado como pocos en el apartheid. En el de sí mismo, claro. Y así está. Aún con lo de ayer, crecido que te cagas. A un madridista radical como él le lanzaron dardos hasta en el fervorín del baloncesto. No quiero ni pensar la que le habría caído con una grada contrariada por la victoria forastera.

Pero la realidad es que da igual lo que se dirima. Últimamente se hace acreedor a todos los trofeos. No lo duden, es lo que lo salva. Cuanto más le pongamos el ojo encima, más desapercibido pasará Mariano. En casi todos los gobiernos se han abierto paso foklóricos que, con sus bailes y desigual gracia , han permitido al jefe campar a sus anchas. Es el caso. Se hizo su precampaña de contertulio aparentando, al estilo Gallardón, lo que no era. Y, en cambio ahora, ya se puede mostrar sin ambages planteándole de paso un reto de consideración al pepé. El de reformar a Wert.