Una parte de la contracultura de los años sesenta fue el cambio pedagógico. «La letra con sangre entra» debía ser sustituída por el instruir deleitando. La educación basada en el sacrificio debía dar paso al aprendizaje placentero.

Esta tendencia se basa en un mayor respeto por el menor, en un reconocimiento de sus derechos, incluídos el derecho a la espontaneidad, al goce de la infancia y la adolescencia. La contracultura educativa tenía otros componentes, la educación para la liberación política, para la democratización pero la parte que más caló en el currículum occidental fue la primera.

Casi al mismo tiempo los menores empezaron su largo aprendizaje televisivo. Empezando en Estados Unidos y siguiendo en Europa, empresas cinematográficas se especializaron en el entretenimiento infantil, tebeos convertido en telefilmes y remodelados para su mayor disfrute.

La televisión empezó a competir con la escuela, a transformar los hábitos de aprendizaje y a quitar tiempo al trabajo de los alumnos. Aún no sabemos sus consecuencias aunque muchos expertos creen que se está generando un cambio cualitativo en la manera de aprender, de memorizar, de pensar en razón a esa mezcla de entretenimiento e información que es el contenido habitual de los programas televisivos.

Pero el asunto afecta también a los adultos. La televisión empezó a predominar sobre los otros medios de comunicación. La información, hasta entonces elaborada en periódicos y revistas, se popularizó en la radio y se fue convirtiendo en entretenimiento cuando la televisión empezó a hacer más comerciales sus espacios informativos. Porque en la televisión todo está sometido a la publicidad lo cual quiere decir al mínimo común denominador intelectual y estético. Las noticias, los comentarios tienen que ser entretenidos, lo cual muchas veces quiere decir morbosos.

La historia reciente en España nos prueba su subordinación creciente al modelo americano y a la hegemonía de los productos made in USA como fundamento de la cultura popular.

La alianza entre el poder económico, sobre todo el financiero y los medios de comunicación es otra de sus características y ello favorece un cierto modo de democracia, la democracia mediática, término que designa esa convergencia entre educación, información y entretenimiento que favorece la transformación del ciudadano en consumidor y convierte a las elecciones políticas en una oferta publicitaria.