Las vías pecuarias de la Comunitat Valenciana no han tenido la atención y el estudio del que gozaron las cañadas de la Mesta castellana, institución todopoderosa, protegida directamente por el Rey y que gestionó el lucrativo negocio de las lanas desde el siglo XIII hasta la extinción de esta institución en el siglo XIX. Sin embargo, la Comunitat Valenciana está atravesada por una más que importante red de vías pecuarias que sirvieron para conectar las frías montañas de Cuenca y Teruel, principalmente, con las zonas costeras desde Vinaròs a Orihuela.

Desde el mismo momento de la conquista del Regne de València por Jaume I, los importantes e influyentes ganaderos aragoneses entraron libremente con sus rebaños en las ansiadas tierras del reino recién conquistado, produciéndose desde entonces y de manera ininterrumpida, una más que importante peregrinación, principalmente desde las montañas hacia la costa, pero también al revés, de ganados ovinos en busca de los suaves pastos invernales y de los frescos pastos de montaña en verano.

Este movimiento vino asociado a la configuración de una riquísima red de vías pecuarias, mal llamadas cañadas por analogía con el Reino de Castilla, para dar servicio a todo ese contingente que abandonaba las montañas a mediados de octubre, para llegar a sus pastos invernales, «bajando al Reino», el primero de noviembre y volver a las montañas tras el tres de Mayo, el día de las Cruces de Mayo.

Las vías pecuarias no son meras vías de comunicación, meros caminos ganaderos, sino que desde sus inicios fueron extensiones verdes por las que el ganado transcurría mientras iba comiendo. Esto explica que las vías sean amplias, de hasta 110 metros en las zonas de montaña y de hasta solo 33 metros en las zonas con más presión agrícola o las que pasaban cerca de las poblaciones. La red tenía que comunicar las zonas de montaña con la costa, pero también que establecer contacto entre las diversas poblaciones, creando una red extraordinariamente rica, que generalmente iba asociada con puentes, ventas, abrevaderos, aljibes, corrales y descansaderos, elementos que permitían dar servicio a esta importante actividad.

La trashumancia en nuestros días es un tema de menor importancia, aunque mucha gente ha querido enterrarla antes de que muera. En ese sentido, el rico patrimonio que suponen estos azagadores, assagadors, nombre tradicional valenciano, tan repetido en la toponimia local, debería ser protegido por nuestras autoridades, como propone el borrador de Vías Pecuarias que ahora se está discutiendo, pero también debería proponer nuevos aprovechamientos medioambientalmente sostenibles.

Los azagadores son corredores verdes, lugares por donde transita la biodiversidad, tan encajonada por vías de tren, carreteras, autovías y demás construcciones modernas. Su preservación ayudaría a los movimientos naturales de la fauna, así como al desarrollo de una flora autóctona. Además, lleva asociadas construcciones históricas de gran interés etnográfico y artístico, que deberíamos ser capaces de poner en valor. Del mismo modo, supone una gran riqueza que puede ser utilizada por senderistas, amantes de la bicicleta de montaña y de las excursiones ecuestres. Muchos de los azagadores llegan hasta las ciudades, destino último de los rebaños que servirían para llenar nuestras mesas, por lo que nos pueden permitir enlazar de nuevo con la naturaleza, realizando ahora el camino contrario.

Al igual que se ha hecho en otras comunidades autónomas, deberíamos aprovechar la aprobación de esta nueva Ley de Vías Pecuarias no solo para evitar que desaparezcan, lo que no debería ser más que el primer paso, sino para proponer esos nuevos usos que dinamicen y enriquezcan un patrimonio que debiera ser de todos los valencianos y que, por desidia o ignorancia, estamos abandonando. En nuestras manos está.