Amparo Gil Griñán es una fotógrafa de Russafa directora de diversos estudios de arte. Va siempre vestida de pantera negra, armada de cámara y zooms, captando los instantes insólitos con el mismo desparpajo que despliega en los festivales internacionales de cine, lugar donde es habitual como reportera y de donde le nació la afición por filmar cortos.

Ahora desde su estudio F-13 de la calle Cuba lanza el primer concurso de fotografía erótica, cuyo único requisito es que las obras sean inéditas e invoquen el deseo humano como elemento inspirador. En estos tiempos tan pacatos es una buena noticia que alguien busque por las sendas del arte erótico una válvula de escape a la realidad tan antierótica que nos rodea.

La fotografía picante es una industria pujante y realmente una manifestación cultural de calle. El otro día comentaba con J. R. Seguí la fascinación sociológica de las tarjetas publicitarias que nos reparten por los coches. En un momento hicimos intercambio de «estampitas» porque cada día aparecen nuevos diseños con, por supuesto, nuevas fotografías. Cada día vamos creciendo los coleccionistas de este arte efímero tan maravillosamente descarado. Tanto es así que en Internet se anuncian fotógrafos especializados en este cometido. La publicidad de las trabajadoras íntimas precisa de fotos sugerentes que, además de las tarjetitas, se difunden por las webs especializadas. Un día la Universidad tendrá que hacer estudios científicos sobre todo este material. Entre los fotógrafos valencianos de desnudo que más destacan está Toni Balanzá, que aunque nacido en Meliana radica en Benimámet, presidente del gremio y fundador del «Centro Alicantino de Imagen y Sonido», además de profesor de instituto en Torrent y Paterna. Sus imágenes de cuerpos en blanco y negro son bellísimas. Hasta hace poco se publicaba en Valencia un magazine de tendencias denominado «La Milk». Este título remitía a una colección de fotografías eróticas del ruso Andrey Razumovsky, donde con una textura de líquidos blancos se envolvían los cuerpos y aunque destapados, estaban cubiertos.

Lo que no sabemos es si Razumovsky era el apellido real de este artista, o lo adoptó en honor al príncipe ucraniano que gestionó el Congreso de Viena como embajador del zar Alejandro. Aquel aristócrata reunió la más extraordinaria colección de cuadros de su tiempo, (imágenes en definitiva) y decidió exhibirlos ante la alta sociedad la nochevieja de 1814 con una gran fiesta. Justamente esa noche se incendió el palacio y todo el arte que contenía desapareció. Al intentar salvar sus tesoros Razumovsky se quemó los ojos y perdió la vista, lo que resulta muy significativo. Como murieron las cosas bellas que quería ver, también inmoló sus ojos, para evitar la pena de mirar y ya no disfrutar aquello que tanto deseaba contemplar.

En el concurso promovido por Amparo Gil las fotos han de enviarse en formato digital. Le recomendaría que recuperara la tradición impresa. Un día se incendiará todo el gran palacio de Internet con un virus, con una estrategia ambiciosa, con una excusa maquiavélica y todo el arte que circula por esas redes pasará a la nada.

El escritor Juan Benito en su libro Poemas de corazón y de guadaña menciona una de estas creaciones «internetianas» que circulan y desaparecen a una velocidad pasmosa. Se trata del Cóctel Amor de Valencia que, aunque virtual, se imagina como el brebaje más explosivo nunca leído. Brindemos con este invento por el arte sicalíptico hecho fotografía, fiel reflejo de una realidad que necesariamente se tiene que proyectar como mejor en el futuro.