Olivia, secretaria de dirección de Levante-EMV, me pasó el otro día una llamada que me llegaba desde Nueva York. Se trataba de una redactora llamada Ana Sebescen que presentó a continuación al productor Negar Mahmoodi, de una empresa de comunicación norteamericana conocida como Vice Media. Resulta que estaban haciendo un documental sobre prensa erótica en el mundo y esta sección, «Eros en saragüells», es la única columna especializada de España. Es un orgullo crear, semana a semana y ya desde hace tres años, estos textos que parecen llamar la atención en Estados Unidos.

Me recordó este hecho la curiosidad que me suscitaba, hace años, que la única sección especializada en cómic dentro de un periódico la tuviera uno de Canarias, el «Diario de Avisos». El ingeniero Manuel Darias, gran aficionado al arte dibujado, promovió incluso unos premios de reconocimiento que también eran únicos en España, hasta que el Salón del Cómic de Barcelona asentó los suyos propios. Que interesante que la prensa local preste más atención a estas cosas que la orgullosa prensa de la capital, donde se olvidan de estos flecos de la cultura que tanta influencia tienen en la sociedad. Lo erótico es muy poderoso. Estoy releyendo estos días las memorias que Bromera le ha publicado a Vicent Andrés Estellés tantos años después de su muerte, «Animal de records». Son unas hojas de floja estructura que en los minúsculos textos recogen el saber hacer literario del poeta. Anécdotas de su infancia, de su familia, y sobre todo de Burjassot, donde últimamente se ha producido el último revival de anticatalanismo inducido.

Andrés Estellés es un poeta erótico rotundo. Imagino que en su época, cuando desplazó a Casp del trono de los vates locales, debía provocar gran escándalo esas odas sexo-corporales que eran magníficamente irreverentes. Aquella canción de las mejores piernas de Valencia, después tan maravillosamente musicada por nuestros cantantes, es contundentemente carnal: «Venías y venías, pero nunca llegabas del todo». En esta poética autobiografía hay un interesante apunte sobre el poder de lo erótico, y sobre todo del poder de la represión de lo erótico. Vicent se admira de la terrible transformación del verano y de las vacaciones, especialmente de la Semana Santa, desde su púdica juventud, hasta el actual desmadre que le parece tan sublime:

«A mi me han estafado, he sido víctima de absolutamente inocente de un fraude histórico, horroroso, de proporciones planetarias, y o peor de todo es que no puedo reclamar en ninguna ventanilla, ni a nadie, a menos que sea el Papa de Roma, que sería la persona más directamente afectada en el caso de presentar una reclamación en toda regla».

A toda una generación le inculcaron determinadas obligaciones eucarísticas, como la penitencias y los ayunos, y ahora la misma Iglesia lo olvida: «la Semana Santa es una etapa turística de las más sugestivas del año; me dicen y constato que la gente joven, los estudiantes, viven unos días de absoluta libertad... Supongo que deben hacer el amor y otras amenidades a más no poder, y que el semen debe circular como las pesetas en la industria hotelera. El semen es una cosa muy importante, una de las industrias anexas al turismo. Sin una activa participación seminal es difícil que prospere una planificación hotelera...»

El poeta se queja de haber perdido su juventud sin haberla podido disfrutar «com calia»: «¿Quién me devuelve aquellas horas, todos aquellos días, todos aquellos años?», lamentándose de haberse visto obligado a participar en los ásperos rituales religiosos por quedar bien ante la novia, ante la novia, y en general ante el «¡qué dirán!»

Ahora, después de estas quejas que nunca llegaron al Papa, el flamante Francisco afirma que no es quien para juzgar a nadie por su sexualidad. ¿Qué le diría Vicent Andrés Estellés en estas circunstancias? Probablemente el poeta «asumiría la voz de un pueblo», como ya hizo con su potente himno a la Senyera, y tomaría la voz de todos los reprimidos que, ahora, se ven absueltos de alguna manera por el Pontífice. Seguramente el Obispo de Roma ha actuado sabiamente cuando afirma que no debe ser juez de nadie, acercándose extraordinariamente a discursos portentosos del Dalai Lama. Pero somos muchos los que opinamos que, más allá de abstenerse de juzgar en un sentido o en otro, no estaría de más que pidiera perdón.

Sería una manera justa y ecuánime de reconocer el poder de lo erótico, que tanta importancia puede llegar a tener en la felicidad general de los seres humanos.