Si no recuerdo mal (¡qué tontería!, ¿qué sería «recordar bien»?: recordamos lo que no podemos olvidar y lo que queremos y seguimos queriendo retener; reconstruimos el pasado como un montador de cine construye su relato; añadimos y alteramos con una lógica que no responde a la «objetividad» ni a la «verdad», sino al deseo, a la salud o a la enfermedad. Existen buenos y malos recuerdos, pero no recordamos mal o bien...) (¡vale ya tío!, ¿te has quedado a gusto?), si no recuerdo mal, digo o decía, este verano hemos tenido un culebrón de episodios fascistas y simbologías nazis y franquistas entre las filas de los chiquitines del PP, con el correspondiente relato exculpatorio, acusatorio e inculpatorio de sus mayores. En tres fases.

Una primera fase fue la exculpatoria: es una «broma», decía Torró desde Gandía; es una «chiquillada», dijo Rus. La cosa no tiene importancia. En una segunda fase se pasó a la crítica de los críticos, estableciendo una extraña equivalencia, reciprocidad o analogía entre los símbolos fascistas y las banderas republicanas que ondean en ocasiones. Fue el momento de Maluenda y Castellano que, en su línea argumental habitual, si tu les dices que se tiraron un pedo, ellos te responden que tu también respiras.

Una tercera fase de denuncia tardía llegó a finales de agosto con González Pons: una condena sin reservas de la apología fascista, como un taparse la nariz para soportar el tufo de sus compañeros.

Ninguno de los protagonistas mediáticos de las tres fases ha renunciado a sus puntos de vista, de lo que cabe inferir que el PP, morralla incluida, a poco que remuevas el guiso con el cucharón es un caldero en el que hierven posiciones diversas y democráticamente incompatibles. En fin, ¡qué más da, si ellos se juntan!

De toda esta levedad en la superficie, que quizá esconda un huevo de serpiente o la gravedad de un peligroso mar de fondo, me sorprenden algunas cosas: el extraño sentido del humor del alcalde Gandia; la extraña longevidad que les reconocen a las «chiquilladas», por la que talluditos señores y señoras cercanos a la treintena no sólo militan en las Nuevas Generaciones en expectativa de destino como si fueran boy scouts anclados en una infancia biológica que ya duplicaron o triplicaron, sino que llevan a cabo gestos ideológicos de adultos (que exigen conocimiento y asentimiento) que un niño o chico adoctrinado en los valores de la ciudadanía democrática jamás cometería. En fin, por qué no decirlo, también sorprende la lentitud de los demócratas. (¡Ah, hola!).