Las aperturas del curso 2007/2008 de las distintas universidades valencianas registraron reiteradas invitaciones del conseller de Educación a colaborar con Valencia Internacional University (VIU). En estas fechas se persigue la búsqueda de comprador. Es imprescindible asociar alguna reflexión a tan corta vida.

El hecho de sumarme al grupo de quienes piden el cierre o la venta de esta entidad sin alargar más su corta, accidentada y costosa existencia, no me lleva a pronunciarme contra la enseñanza que piensa y reorganiza el acto de enseñar desde las tecnologías que están asociadas al uso de internet. Se puede cuestionar la VIU y, por supuesto, asumir que no cabe poner en cuestión la necesidad e interés de estos productos cuando las distintas modalidades (escrita, oral y audiovisual) de la comunicación humana se han integrado y esta integración ya constituye uno de los fenómenos más característicos de la sociedad de la comunicación. Conviene, no obstante, establecer alguna precisión, dado que el desarrollo de este sector no precisa de la VIU.

Este es un proyecto que no pasó el filtro de los equipos de gobierno/poder de las universidades radicadas en la Comunitat Valenciana. En consecuencia, esos equipos de gobierno negaron inicialmente una colaboración a la VIU que, por ejemplo, pidieron y promovieron para Universia, la plataforma docente y comercial del Banco Santander; todo a cambio de unas acciones. La VIU se presentó como una oportunidad para que los profesores de las universidades desarrollasen un sector; ahora bien, algunos ya advertimos que surgió lastrada por una duda terrible: ¿era necesaria? Quienes en 2008 nos pronunciamos en contra de su existencia y a favor de destinar esos presupuestos para la promoción de la enseñanza online no cerramos el análisis defendiendo esa conjunción: clausura de la VIU y promoción de la enseñanza online. Además, y sobre todo, lanzamos sobre las universidades públicas valencianas una pregunta de mayor alcance: si las universidades hubieran desarrollado los procesos y productos que requería la docencia online, si las universidades hubieran estado a la altura de su tiempo y atendido las necesidades de formación de las distintas profesiones, ¿se hubiera podido plantear la VIU? Creo que no.

La edición multimedia y la industria editorial asociada a ella siguen sin merecer de nuestros gobiernos los presupuestos y la consideración de un sector estratégico. En torno a este tema, todo es retórica y costes que en la mayor parte de los casos no legitiman el gasto en forma de subvención de uno u otro proyecto. El despegue de este sector requiere planes nacionales de desarrollo enmarcados en los documentos que sobre las TICS ha publicado el mismísimo Consejo de Universidades. Tanto la enseñanza a lo largo de la vida como el reciclaje profesional dependerán de este tipo de enseñanza que, entre otras cosas, rompe con la organización territorial que académicamente se ha otorgado al conocimiento. Es más, la misma viabilidad de aspectos clave de lo que se ha dado en llamar proyecto Bolonia depende del desarrollo de este sector editorial; al menos, la necesaria compensación de la disminución de la presencialidad con el incremento de la dirección de los trabajos personales.

La venta o cierre de la VIU que sea, al menos, la oportunidad para que los equipos de gobierno de las universidades valencianas lean o relean las conclusiones de F. Pérez et alii, Diseño de la oferta futura de la formación superior de la Universitat de València (PUV 2006). Tengan todos algo en claro: éste es de los temas en los que el proyecto es lo significativo; no la inversión. Los recursos docentes y la tecnología ya operan en las universidades y deben estar asistidos por un proyecto editorial.