Leí hace tiempo L´odissea, de Homero, en versión valenciana de Joan Francesc Mira. Una versión en hexámetros que traslada de manera clara y fiel la grandeza, la emoción y la vivacidad narrativa del original griego. Antes había leído su versión, también en valenciano, de los Evangelis, de Lucas, Marcos, Mateo y Juan, y de la Divina Comèdia, de Dante. Todas ellas piezas básicas de la cultura occidental y a las que Mira ha valencianizado con el amor y la profesionalidad que le caracteriza. Una auténtica odisea que nos permite a los valenciano-lectores tener el placer de sentirnos partícipes de primer orden de la cultura universal.

Pero Joan Francesc Mira i Casterà (Valencia, 1939) es muchas cosas más además de un excelente traductor de textos clásicos. Es profesor de griego, pero es, sobre todo, un conspicuo escritor, novelista y ensayista e introductor de los estudios de antropología moderna en nuestras tierras. En fin, un auténtico intelectual de perfil claramente renacentista. Un intelectual comprometido con su país y con su tiempo. Una rara avis de la que los valencianos tenemos que estar muy orgullosos.

No lo entendieron así nuestros padres de la patria „en concreto, el grupo parlamentario del PP de les Corts Valencianes„ cuando le negaron su voto para que accediese al Consell de Cultura de la Generalitat. Ha pasado el tiempo y este veto continúa produciendo vergüenza ajena. Mucho más cuando estos días nuestra derecha se vuelve a erigir en paladín de la defensa de la identidad y la cultura valencianas.

El caso de Joan Francesc Mira no es único aunque es muy singular por la vasta obra literaria que nos está legando y la continua reflexión sobre el país de los valencianos. Una reflexión que alcanzó incluso a la revisión del pensamiento de Joan Fuster (Sobre la nació dels valencians, Tres i quatre, 1997).

Mira forma parte de esa generación de valencianos que, tras pasar por la universidad en los años sesenta, tomaron conciencia y trataron de sacar de la invisibilidad cultural y política al pueblo valenciano, que el franquismo estaba dispuesto a hacer desaparecer del mapa. Y lo hicieron desde la calidad y el rigor de su trabajo, homologando así la literatura en valenciano a cualquier otra de las europeas de nuestro entorno.

Entendieron que esa era la mejor manera de salvarnos del genocidio cultural al que estábamos sometidos. Un genocidio que se instrumentaba no sólo mediante prohibiciones, sino, mucho más eficazmente, por la desvalorización de la lengua „al considerarla de patanes„ que animaba a los propios valencianos a abandonarla.

Una actitud suya y de su generación que ha obligado a cambiar de táctica a los contrarios a la recuperación del valenciano. Ahora lo que se instrumenta es el conflicto. Hacer de la recuperación del valenciano un asunto conflictivo: cada palabra que se recupera, cada ámbito en el que reintroduce, cada paso que se da tiene sus detractores apasionados.

El objetivo es que la gente acabe refugiándose en el castellano que no genera conflicto. Con ello, se consigue que el castellano pase de ser un idioma complementario a convertirse en un idioma sustitutivo. Es decir, hacer del precioso idioma de Cervantes un ariete letal para el valenciano. Elemental, que diría nuestro inolvidable Ovidi Montllor, otro miembro destacado de su generación.

Así, pues, la odisea de J. F. Mira trasciende su propia obra. Es haber contribuido eficazmente „junto a otros y otras de su generación„ a poner el valenciano en la lógica del prestigio y de la normalidad literaria. Un paso de gigante para una lengua y una cultura que, cuanto él hacía Bachillerato en los Escolapios de la calle Carniceros de Valencia, se presumía en fase terminal. Pero no, porque, por todo ello, ha resultado ser, como ya decía Constantí Llombart en el siglo XIX, la «morta viva».