La timorata respuesta ofrecida por el presidente de la Autoridad Portuaria de Valencia, Ramón Aznar, y la consellera de Fomento, Isabel Bonig, a la facilidad con la que el Puerto de Barcelona ha conseguido financiación del Gobierno de Mariano Rajoy para construir la nueva conexión ferroviaria con ancho internacional para exportar a menor coste mercancías a Europa ha multiplicado la preocupación del empresariado valenciano, que no comprende cómo las ventajas competitivas que logra Barcelona pueden resultar productivas para los valencianos. La oposición parlamentaria, menos hipotecada por las componendas políticas, ha montado en cólera ante la tibieza de las autoridades autóctonas.

Lejos de la calentura y demagogia de este tipo de debates, conviene refugiarse en los análisis técnicos para concretar qué efectos tendrá la conexión de la terminal portuaria catalana con la red ferroviaria europea a partir de 2015. Los expertos coinciden en afirmar que el puerto de Barcelona conseguirá superar al de Valencia en tránsito ferroviario de contenedores.

No se trata de alentar rivalidades vecinales. Tampoco de reverdecer la socorrida querencia de la sociedad valenciana hacia el anticatalanismo. Lo que se reivindica es juego limpio. Que todos partan en igualdad de condiciones a la conquista del mercado para que la pericia y el talento impongan su criterio en sana competencia. El Gobierno ha priorizado la inversión en Barcelona mientras bloquea los accesos que necesita el puerto de Valencia. Y eso trae secuelas.