Tratar de contrarrestar el pesimismo de los ciudadanos sobre la situación económica con un bombardeo de mensajes excesivamente optimistas, basados en algunos marcadores macroeconómicos que han empezado a darse la vuelta, pero que difícilmente serán percibidos en el día a día hasta dentro de unos años, puede convertirse en un arma de doble filo para el Gobierno de Mariano Rajoy y, sobre todo, para el Consell de Alberto Fabra. El índice de competitividad regional elaborado por la CE correspondiente a 2013 desmiente ese exacerbado optimismo en el caso de la Comunitat Valenciana, que ha caído catorce posiciones en el ránking europeo y tres en el nacional en los últimos tres años. De hecho, solo hay dos áreas en las que supera la media europea, que son las de sanidad y enseñanza. Y eso, que podría entenderse como positivo al haber recuperado escalones, tiene una explicación que echa por tierra cualquier atisbo de mejoría: en el de sanidad se ha eliminado el coeficiente de camas por habitante „en el que estamos al final de la lista„ y en el de educación se han obviado las tasas de abandono escolar. La desaparición de esos dos marcadores ha sido la que nos ha permitido sacar cabeza. En el resto, la situación es lamentable. Especialmente en el mercado laboral, donde no conseguimos salir del furgón de cola. Algo que también ocurre en preparación tecnológica de las empresas y en investigación y desarrollo. Los últimos datos estadísticos del INE y del ministerio de Hacienda „a pesar de las exultantes declaraciones de Cristobal Montoro„ corroboran esta situación. La Comunitat Valenciana registró el peor comportamiento de España en el paro registrado en agosto. Y la recaudación tributaria acumulada en los siete primeros meses del año, que se ha desplomado, demuestra el precario estado económico tanto de los ciudadanos como de las empresas. Ya lo advirtió el presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, en el cónclave de Gandia, el lema ha de ser «Hecho y dicho»