Uno de los libros más deliciosos de la literatura italiana del siglo XX que conozco es la Nueva Enciclopedia, del pintor y narrador Alberto Savinio, hermano del también pintor surrealista Giorgio de Chirico. Una de las voces de esa curiosa enciclopedia, rebosante de erudición y sabiduría sin resultar en ningún momento pedante, es Nacionalismo, y Savinio lo explica así (traduzco del italiano original de la edición de Adelphi):

«Tengo en mi estudio tres retratos y un cuadro fruto de la fantasía. Entran cuatro visitantes. Se dirigen inmediatamente a los retratos. Dos les interesan especialmente porque son de personas a las que conocen. Nadie se fija en el cuadro fantástico. En este pequeño episodio está el germen del nacionalismo».

Y continúa más adelante con otra anécdota explicativa: «Vivía yo en Francia con una persona que me es muy querida. Con frecuencia (esa persona) hablaba de Italia a los amigos franceses. Pero hablaba de un modo extraño. Creía hablar de Italia, pero en realidad hablaba de una parte de Italia, sólo de Roma, más bien de un barrio de Roma en el que había nacido, cerca de la Fontana di Trevi».

«Yo le hice observar a esa persona a la que tanto quería que alto tan vasto como Italia no puede limitarse a nuestros recuerdos, a nuestros afectos, a nuestros intereses personales. Y ella lo entendió. Ahora y no sólo a los amigos franceses, sino también a los italianos les habla de Italia de manera mucho más amplia de como hablan habitualmente los italianos, sobre todo en período electoral».

¿No es maravillosa la sencillez con la que ese escritor nacido en Atenas en 1891 y fallecido en Roma en 1952, critica a quienes, como tantos también entre nosotros, sólo aciertan a ver el campanario de su pequeña aldea?