Cuánto dura un filete de vaca en la nevera, cuánto una merluza, cuánto un huevo de gallina? Nos habíamos despreocupado del asunto gracias a las etiquetas que marcan la caducidad, pero quizá regresen, y con más fuerza, aquellas dudas existenciales de otro tiempo.

„¿Me lo como o no me lo como?

„Ponle un poco de ajo, que desinfecta, y fríelo.

La carne pasada se disimulaba con el sabor del ajo. Por eso en España se utiliza tanto esa liliácea. Aseguraba un tío mío que si con un filete de pollo podre te arriesgas a una diarrea, con una sardina corrompida te mueres. Significa que el pescado dura menos que la carne, pero no sabemos cuánto. De ahí que nos pareciera un progreso que nos lo dijera el mismo que vendía el producto. He ahí una forma de responsabilidad.

„Este yogur está caducado.

„Pues tíralo a la basura.

Eso se acabó. Ahora te comes el yogur, y rebañas el bote. La caducidad no la marcan ya la salud o el gusto, sino la necesidad. Fíjense: en Grecia es legal desde hace unos días vender alimentos caducados. No sabemos qué piensan de ello las autoridades sanitarias, si aún existen. Primero nos dicen que los alimentos caducados se pueden comer porque solo pierden algunas de sus propiedades y a continuación se legaliza el atraco. El siguiente paso consistirá en la obligatoriedad de que los alimentos a la venta estén caducados. Nos produce mucha desazón la posibilidad de vivir en un país caducado. Un país en el que consumiéramos, además de cerdo con triquinosis y huevos apestosos, cultura descompuesta, democracia podrida, condiciones laborales declinadas, políticos fermentados. Y que todo no pareciera normal como en Grecia resulta normal (y legal) la venta de productos pasados de fecha. Nada caduca ya, excepto nosotros. Nos están acortando la esperanza de vida.