El arranque del curso político parece que ha cogido a contrapié a los dos principales partidos, cuyos máximos responsables parecen «sonados», sin capacidad de reacción en tiempo y forma ante los problemas. En el PP, Alberto Fabra y su escudero Serafín Castellano han protagonizado un bochornoso espectáculo con la retirada «in extremis» del debate sobre la reforma del Estatut, que ha dejado al partido en evidencia, no ya sólo en la Comunitat Valenciana, donde la ciudadanía está más o menos acostumbrada, sino esta vez en Madrid, con tribuna pública en el Congreso de los Diputados, con el consiguiente malestar, por decirlo de forma fina, de los rectores de Génova 13. Pero es que en las filas socialistas, Ximo Puig también ha salvado un «round» sobre la campana, haciendo lo único que podía hacer desde el principio; de haberse consumado el veto a una conferencia de su rival Toni Gaspar, su credencial de demócrata habría quedado más que en cuestión. El problema, con todo, es que si para estas cuestiones menores están tan faltos de reflejos, ¿qué no pasará con los temas de importancia para el devenir del país?