Soy partidario de hacer leña del árbol caído, sobre todo cuando su tronco nos está aplastando el bolsillo, el corazón y hasta el espíritu. Es la única manera de suavizar la presión y tratar de iniciar la recuperación. Además es ecológico e higiénico.

No está de más recordar aquí en Valencia los calificativos de antipatriotas que dedicaban los poderes establecidos a los que discrepaban de los gastos innecesarios en los grandes eventos por mucho que reputados economistas escribieran a sueldo su impacto económico. Valencia estaba en el mapa antes de la Copa del América o de la Fórmula 1, y después ha venido perdiendo competitividad y empleo, entre otros sectores, en el textil, en el calzado, en el mueble, en el metal y en la agricultura, necesitando, por ejemplo, vender el azulejo a precios de risa para hacer caja. Y no es necesario relatar lo que ha ocurrido con la construcción y el des-urbanismo que, además de deudas y quiebra bancaria, ha puesto en el sector turístico una cantidad de mano de obra, muchas veces sin cualificar, y a precios y condiciones de trabajo inferiores al tercer mundo.

Madrid 2020 a celebrar en Tokio, quiso ser un proyecto nacional liderado por el Estado, municipalidad y gobierno autónomo, y después de tres intentos y haber tenido un presidente español en el COI durante muchos años, todavía no han aprendido que en esta vida se puede hacer de todo menos el ridículo. Siguiendo la estela neoliberal del Consenso de Washington, hace años que en España nuestros dirigentes políticos tratan de debilitar las instituciones del Estado, quizás pensando que el mercado lo va a solucionar todo y mejor o que el Estado se debe limitar exclusivamente a hacer política. Los hechos están demostrando que no es así aunque la desvergüenza del ministro Montoro proclame que somos un ejemplo para el mundo.

En Buenos Aires no fracasaron nuestros deportistas ni muchas de las personas que han trabajado con excelente dedicación. En Buenos Aires se ha puesto de manifiesto que con la España oficial del chotis y la pandereta no llegamos a ninguna parte. Y hay otra España. La que clama honestidad, principios, transparencia, verdad, pedagogía política, ejemplaridad, ciencia, solidaridad, esfuerzo, entusiasmo, sanidad y educación pública de calidad, entre otras cosas. Pero quizás esta otra España sea hoy minoritaria, y con una aritmética democrática no tengamos nada que hacer.