La jueza que investiga el fraude de los EREs en Andalucía, Mercedes Alaya, ha conseguido crear con la autoimputación una nueva figura en el derecho procesal penal, la cual, lejos de seguir los trámites de una instrucción garantista y respetuosa con los derechos de las partes, ahora los cita para que voluntariamente comparezcan y se autoinculpen de los delitos que está investigacndo. Se trata de una novedosa y original forma de impartir justicia que, con el salero que caracteriza a los andaluces, podríamos proponer se ampliara al resto de los procedimientos seguidos contra la corrupción de la clase política española. Es más, no sólo a las causa judiciales, sino en general a todas las actuaciones de nuestros gobernantes, confiando lógicamente en la buena fe y recto acatamiento que tendría esa medida entre ellos.

¿Qué sucedería si la perifrástica autoimputación de la jueza se trasladara a la Comunitat Valenciana, no ya en los conocidos casos de corrupción, sino en la más sencilla gestión de lo público que ha llevado a cabo el gobierno valenciano en los últimos años? Cuando uno lee en Levante-EMV que la deuda del Consell ha crecido este año un 42 %, habiéndose situado en los 39.000 millones de euros, lo que equivale al importe global de tres presupuestos anuales de la Generalitat Valenciana, piensa inmediatamente que algún responsable político valenciano debería autoimputarse por haber arruinado esta autonomía.

Fuera del tono humorístico con el que estoy intentando que los lectores digieran el dato, no cabe duda de que nos encontramos en una situación complicadísima, donde los recortes en el ámbito social, educativo o sanitario son una auténtica nimiedad si los confrontamos con el despilfarro que se ha producido durante décadas de mala gestión, que evidentemente, no se resuelven arañando los cimientos del Estado de Bienestar o acusándonos a los ciudadanos de haber vivido por encima de nuestras posibilidades. El ejercicio de irresponsabilidad de los que han estado y están gobernando resulta de tal calado, que no sólo vamos a tener que pagar durante décadas esa cifra, dejando hipotecados a las futuras generaciones de valencianos, sino que la refinanciación de la misma o los vencimientos de aquella otra que se colocó a largo plazo, nos situarán progresivamente en un asfixiante escenario económico. Por desgracia, el común de los mortales nos conformaremos con hacer una relaxing cup of café con leche en la Plaza de la Virgen de Valencia, para ir asumiendo lo que nos viene encima.