Después de dos años de inactividad internacional, y más de 100.000 muertos, parece que conviene intervenir en Siria por «razones humanitarias»: eso sí, de lejos y a misilazo limpio, no vaya a caer algún pepino en dónde no debe. Lo de siempre. La guerra llama a la guerra. En vez de poner una fuerza internacional de interposición entre los contendientes (eso es carísimo y trabajoso), se van a estrenar los nuevos misiles que la tecnología nos depara, el último grito en misiles inteligentes que entran por el agujero del cañón enemigo, quirúrgicos, eficaces, limpios: no dejan cerco.

Así nos venden la guerra. Como un juego de Play Station. Ya sabemos que la primera víctima de toda guerra es la verdad. No importa. La violencia llama a la violencia. La guerra a la guerra. Si vis pacem para bellum: si quieres la paz, prepara la guerra. Cuando más bien habría que decir que, si quieres la paz, prepara la paz. Resulta claro que la paz no es una conquista bélica: en todo caso, la paz de los cementerios. Los vivos quedan muy tocados, tronchados.

El nombre de la paz se llama justicia. No hay justicia sin verdad. Las mentiras no construyen. Son bambalinas de teatro que se cambian a placer, según sea la función. Lo que hoy es cierto, mañana es falso. La justicia se llama desarrollo. Y el desarrollo es solidaridad. Sin estos mimbres no hay cesto. El agua de la vida se tiñe de rojo y se desparrama. Y la vida se convierte en un sin vivir. En una amargura estéril. Son los inocentes los que claman. Y gimen a Dios, para que, al postrer de la historia, venga con su Justicia: porque las cosas no pueden quedar así. Somos nosotros los que provocamos, con nuestra avaricia y estrategias de poder, los sufrimientos gratuitos y sin cuento. Hay que levantar el grito, no al cielo, sino a la tierra, para decir basta a tanta barbarie gratuita.

La paz es obra de la justicia, ya lo dijo Isaías hace muchos siglos. Se abrazan estrechamente y no se las puede separar sin su mutua ruptura. Supone respeto a la dignidad intrínseca de toda criatura humana, de las justas relaciones entre los hombres, del orden con la naturaleza. San Agustín nos comunica un pensamiento sublime: la paz es la tranquilidad en el orden. Sí: suspiramos por la paz.

Hay que trabajar la paz. Convencer que la armonía es lo que propicia una sinfonía. Si no, cada uno toca a destiempo, sin fin, sin propósito, a su bola. Deseo, por el bien de todos que Obama, a quien se le ha dado el premio nobel de la paz, sea capaz de encontrar vías de solución pacífica; y no eche más gasolina al fuego que incendia ya, desde hace mucho años, Oriente Próximo, con una guerra atroz, sectaria y aniquiladora. La humanidad se lo agradecerá. No se equivoque.