Lo dijo el president Fabra hace tiempo y no le faltaba razón: el actual sistema de financiación autonómica penaliza aún más a Valencia que a Cataluña. De hecho, si hemos llegado a que la deuda de la Generalitat alcance el 30 % sobre el PIB valenciano no es solamente por la mala cabeza del actual president y de sus predecesores „que han despilfarrado lo que no está escrito„ sino, sobre todo, por la penalización de la que hablamos. Como acaban de demostrar una comisión de expertos.

Pero hay más. Si Cataluña tiene un déficit de la balanza fiscal (que supone una contribución neta fiscal al resto de España) que ellos encuentran desmedido, nosotros también lo tenemos y en peores circunstancias porque somos más pobres, en tanto que nuestra renta per cápita es más de doce puntos inferior a la media española. Si la crisis ha arramblado con gran parte de las entidades financiera valencianas (particularmente, con las dos grandes CAM y Bancaixa), allí han conseguido mantener las de mayor tamaño, Caixabank y Sabadell. Si la indolencia del Gobierno central por construir el Corredor ferroviario del Mediterráneo daña la economía catalana, mucho más la valenciana, a mayor distancia de sus mejores mercados. Si el Estado es desconsiderado con la identidad catalana, su lengua y su cultura, aún lo es más en nuestro caso, ya que prácticamente somos invisibles para el resto de España.

Y así podríamos seguir largo y tendido. El quid de la cuestión es por qué, ¿por qué ese peor maltrato? Hay, sin duda, una razón de fondo: los valencianos no contamos para nada. Como lo demuestra meridianamente el último desplante del Gobierno central a la propuesta unánime de las Corts Valencianes de reformar el Estatut d´Autonomía para asegurar una financiación que atenuase la penalización a la que estamos sometidos.

En todo caso, ¿cuándo nos hemos hecho escuchar con energía como comunidad política? El primer verso de nuestro himno oficial lo dice todo: estamos fundamentalmente para ofrendar nuevas glorias y no para reivindicar nuestros derechos. Los catalanes, por el contrario, siempre se han hecho escuchar como comunidad, sin que ello haya sido óbice para que Madrid lo haya ignorado muchas veces. Tantas, que quizá haya tenido las dramáticas consecuencias del desapego creciente de una buena parte de ellos hacia el Estado español y, por ende, hacia España como comunidad política.

Hay una fábula bastante extendida que explica que la diferente actitud entre catalanes y valencianos se debe a nuestro carácter más individualista. Una actitud positiva, se añade, porque, al fin y al cabo, «las cosas nos han ido bien». Sinceramente, no sabemos si alguien, en 2013, puede continuar creyendo en esta fábula, visto el paisaje desolador en el que estamos y el proceso de empobrecimiento relativo tan lastimoso que estamos viviendo. Dicho lo dicho, ¿hay alguien por ahí para liderar un revulsivo social que nos despierte como pueblo, como colectividad, y que exija que se nos atienda, en Madrid y en Bruselas, en nuestras justas reivindicaciones? ¿O tiramos definitivamente la toalla?