El rey de Holanda, que a nosotros ni nos va ni nos viene, pronunció el otro día, con motivo de la apertura del curso político, un discurso que sin embargo nos concierne. Escrito por el primer ministro, un hombre teóricamente sensible, el discurso venía a decir a los holandeses que se buscaran la vida. Imaginemos que abre usted el grifo de la cocina y empieza a salir agua por el del cuarto de baño. Pues eso es lo que ocurrió, que las palabras de Guillermo Alejandro, aunque pronunciadas en Amsterdam, se escuchaban aquí mejor que allí. Allí, después de todo solo tienen el 7 % de paro y los recortes sociales no han alcanzado los niveles psicóticos que empezamos a conocer nosotros. Holanda continúa siendo un país al que da gusto ir y Amsterdam un sitio en el que da gusto quedarse. No sabemos por cuánto tiempo, pero quién es capaz de predecir hoy el tiempo del mes que viene. Los franceses aseguraban en primavera que no íbamos a tener verano y ya lo han visto ustedes.

Aquí tuvimos hace poco goteras en el Congreso. Más que goteras (de gotas) eran chorros de agua que se colaban por las rendijas de nuestro psiquismo dándonos una idea exacta de la pena de país en el que vivimos. Lo que vino a decir el primer ministro holandés, de sensibilidad socialdemócrata, por boca de su monarca es que sus conciudadanos debían acostumbrarse a las fugas de agua que no tienen. Parece un contrasentido, pero no es más que una variante del dicho según el cual cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pongas las tuyas a remojar. ¿Quién nos iba decir que un día nos convertiríamos en vecinos de Holanda, aunque se tratara de una vecindad de sillón de barbería? Pues eso, que nosotros somos los pelados y ellos los del remojo.

Decía Guillermo Alejandro que todo el que pudiera se hiciera cargo de su vida y de la de quienes le rodeaban porque venían tiempos malos. Lo decía como ejerciendo de hombre del tiempo, como el que no tiene responsabilidad alguna sobre la realidad económica. También en eso se parecía a nosotros. No soy yo, es la realidad, dice Rajoy un día sí y otro también. A ver si los holandeses se lo tragan. Mientras tanto, su monarca continúa viviendo a cuerpo de rey, ajeno a las goteras que caen sobre el horizonte y al destino de las barbas de sus súbditos, que es el mismo que han sufrido las nuestras.