Mi padre me llevó a ver las colas infinitas del paro y me dijo que jamás olvidara lo que había visto allí, para no volverlo a repetir. Era una niña de diez años, pero el deseo de mi padre, era recuperar la fraternidad y la unión de los trabajadores que había derrotado la primera y segunda guerras mundiales». Es uno entre algunos testimonios de mujeres y hombres que sufrieron la pobreza, enfermedad y desesperación ante la mirada cristalina de un hijo de minero, el director Ken Loach, en su documental El espíritu del 45. Un período muy sombrío de guerras y entreguerras. Lo que ha querido reflejar es un ánimo de no querer repetir los mismos errores, de sensatez y trabajo en beneficio del interés general que empezó a arraigarse en un país devastado.

La gente quería paz, trabajo y una vida hogareña, nada más. No existía ambición, ni codicia. Entonces una idea fue propagándose, quizás, con más prisa que la pólvora: si habían sido capaces de unirse, esforzarse y ganar batallas en la guerra juntos, también podrían ser capaces de colaborar y construir prosperidad y bienestar común en la paz. El Partido Laborista tomó fuerza y ganó las elecciones. Las clases ricas dejaron de controlar las minas, los hospitales, los ferrocarriles, la electricidad, las escuelas... y todo volvió a ser una cuestión de Estado y no de los señoritos que se habían beneficiado a costa de reventar a las personas de hambre y enfermedad. La generosidad de tender una mano al compañero que se ha caído brotó como uno de los aspectos más naturales del ser humano. Fue un ánimo que gobernó en el Reino Unido a lo largo de casi tres décadas. Pero los riquísimos saben como sabotear la unión y fue en 1979, cuando Margaret Thatcher sedujo a la sociedad inglesa con valores como el individualismo, egoísmo, competitividad y beneficio privado. Destruyó lo construido. El Partido Laborista de Tony Blair continuó abrazando la desregularización y privatización. Les suena, ¿verdad? Quizás algún día recuperemos aquel ánimo. Nos lo merecemos.