Es coherente que el papa Francisco declare no haber sido de derechas en toda su vida. Si suena chocante es porque, a pesar de la palabra y los hechos de Cristo, se ha hecho del cristianismo una bandera conservadora. Todos los matices y comentarios exegéticos movilizados por la declaración papal dan por supuesto que Francisco no sabe lo que dice o no sabe decirlo, que es lo verdaderamente chocante. Si la Iglesia ha sobrevivido tantos siglos es en gran parte por su dogmatismo punitivo en la definición de una sola manera de vivir la fe. Esa legislación está en crisis y el actual pontífice quiere asegurar la duración de la Iglesia abriendo estancias secretas, pasando de dogmas y tabúes y rompiendo los muros entre la vida interior y la mundana.

Los jesuitas fueron habitualmente puestos en duda por la jerarquía vaticana. Pero he aquí que uno de ellos ha sido elegido para gobernarla. Francisco sabe perfectamente que Cristo tampoco fue de derechas, si transpolamos este concepto moderno a la hora cero de nuestra era. Los concilios se han cansado de releer la palabra crística a la luz de las conveniencias temporales de la iglesia romana. Pero esa palabra es clara como el agua, a menos que tampoco él supiera lo que decía, ni cómo decirlo. Los evangelios de los apóstoles abundan en el testimonio de una doctrina que, en léxico de hoy, podría designarse como humanismo social, en el que los predilectos son los que menos tienen.

Cristo fue de izquierdas y también la Iglesia que fundó. Francisco se ha propuesto rescatarla. No puede en un instante regenerar un montón de siglos, pero los conceptos básicos de solidaridad y tolerancia ya son los ejes caudales de su discurso. La Iglesia no está, según él, para debates o dictados excluyentes, sino para propiciar el mayor movimiento inclusivo de que sea capaz la sustancia humana. Ahora sigue en vida un expapa que fue singularmente dogmático, sucesor de otro confundido por los estragos del socialismo real. Francisco espera el momento idóneo de cada paso, pero los mensajes anticipados no pueden ser más elocuentes. La iglesia de los Rouco se ha hundido y ésta es otra de las buenas nuevas.