Angela Merkel iniciará su tercer mandato con una sólida mayoría en un Bundestag del que han quedado excluídos los liberales y los euroescépticos. Buscará acuerdos con el SPD para conseguir un gobierno estable y administrar con «prudencia y responsabilidad» su éxito electoral. Ha sido una victoria en clave interna, sin mirar más allá de su frontera, como si produjera vértigo ser el centro y liderar la economía europea. Habrá una nueva coalición de gobierno que esperemos sea fiel a la palabra «mesura», que Weber definía como la capacidad de «asumir las realidades con concentración y calma interior», no sólo desde la razón sino con la propia conciencia, que es una instancia superior que los políticos han de seguir para ser plenamente responsables.

Hoy, la mesura se aplica, en los actuales momentos de crisis, a la defensa de los valores europeístas y del modelo social europeo y exige avances en la mejora del diseño de la eurozona. Una cosa es que las finanzas públicas estén ordenadas y equilibradas y otra que las dosis de austeridad sean un lastre para el crecimiento y la creación de empleo. Las nuevas generaciones de europeos necesitan perspectivas y esperanzas de futuro. Son necesarias más dosis de flexibilidad.

Algo se mueve estos días en busca de acuerdos sobre cambios en el método de cálculo del déficit estructural. No vale ir tirando, hay que ir más lejos, con un plus de responsabilidad para garantizar el modelo social europeo, mantener la tensión entre libertad y responsabilidad en el proceso de unidad y avanzar en la convergencia económica y en la unión bancaria para fortalecer el proyecto del euro porque las dosis excesivas sólo de austeridad pueden ser letales. Se ha evitado el colapso pero es necesario incentivar el crecimiento para hacer frente a las desigualdades y mejorar los procesos democráticos de soberanías compartidas.

Una cosa es ordenar las cuentas del Estado y otra hacer inviable el Estado de bienestar. Abrir la esperanza de una Europa fuerte como posibilidad exige responsabilidad y liderazgo compartido en el marco de la actual crisis de natalidad y envejecimiento de nuestra población. Mirar más allá, plantar cara a los mercados financieros con decisiones que revitalicen los valores y el espíritu de la unión e infundan confianza en las instituciones europeas. Mejorar la convergencia económica para fortalecer el proyecto social europeo es creer en una Europa fuerte como posibilidad. Una Europa que se reconozca en su espíritu y en su pasado, en sus más profundos valores humanistas.

Cuando el pesimismo parece extenderse por Europa, la vida y la obra de un maestro alemán debe ser recordada como legado para las futuras generaciones de europeos. Una Europa abierta y cosmopolita que recibe la herencia de viejos hombres de letras como Marcel Reich-Ranicki que estos días nos ha dejado. La muerte reciente de un europeo perfecto. Un crítico literario y maestro de la cultura alemana, autor del imprescindible canon de su literatura en 50 volúmenes. Superviviente del Holocausto, logró huir del gueto de Varsovia en 1942.

Iniciaba su autobiografía Mi vida recordando que en su primera conversación con Günter Grass en 1958 se definió como «medio polaco y medio alemán, pero un judío completo» y a continuación matizaba cada aspecto de sus identidades múltiples. En 1956 se encontró por primera vez en Varsovia con Yehudi Menuhin y recordaron a aquellos jóvenes que en las habitaciones de las casas del gueto de Varsovia interpretaban a Mozart y a Beethoven, esos músicos judíos que murieron todos en las cámaras de gas.

Tosia y Marcel se conocieron en el gueto de Varsovia. Él, en una plaza de Varsovia, vio a su padre y a su madre por última vez mientras eran introducidos en un tren que marchaba hacia Treblinka. Cinco décadas después, Tosia reuniría en un libro las acuarelas que pintó en el gueto.

Después de ser liberado por las tropas rusas, Reich-Ranicki contó que «para poder sentirse dichoso hace falta disponer de algo de tiempo. Pero nosotros carecíamos de ese tiempo, estábamos hambrientos, envueltos en harapos, no había nada que comer, lugar donde dormir. Y poco después sentimos la necesidad de contribuir en la guerra que se estaba librando contra Hitler. Por eso los dos nos enrolamos voluntarios en el ejército polaco».

Expulsados del partido comunista polaco en 1958, en viaje de estudios pasaron a Occidente. Siempre mantuvieron que «la literatura fue siempre nuestro asilo y la música nuestro refugio. Así fue en otros tiempos en el gueto y lo sigue siendo hasta hoy». En marzo de 1988 inició su programa El cuarteto literario en la televisión pública alemana. Un ejemplo de rigor y cosmopolitismo que ayudó a dar a conocer también las obras de Javier Marías y Rafael Chirbes. Recordaba como un periodista le preguntó con insistencia a Thomas Mann sobre la naturaleza de su trabajo y la respuesta del escritor fue: «Diré siempre que es la alegría».