Los grandes focos de interés, en forma de fraude o recortes, se disipan como la bruma dejando el poso y minimizando la respuesta. Los problemas generales no parecen ser los nuestros. Así, marcamos distancia con el genocidio de Siria, con los inmigrantes, la pobreza, la hambruna, la violación de derechos universales o los fraudes político-financieros. Es el efecto colateral de la globalización y la velocidad de la tecnología, que convierte el hedor en olor tolerable y lo indiferente en vital. Nuestra capacidad para discernir tanta generalidad está colmatada y nuestra reacción está por llegar. No nos queda más salida que pisar el ruedo y hablar con el peluquero que ha de comer en casa de sus padres para mantener el negocio; con el trabajador del banco al borde de la baja porque no soporta la voracidad de sus jefes; con el profesor de sueldo congelado y 40 alumnos en la clase que amenazan con comérselo; con el autónomo que apenas cotiza a cinco años de la jubilación; con cuidadores de dependientes dejados a su suerte; con médicos mal pagados o con desempleados eternos. Empecemos por ahí, no sea que el bosque no nos deje ver los árboles.