Cuando la hija de un amiga mía salió del armario, en su casa se pasaron de luto medio año. Los abuelos, algunos de los tíos y la pareja con la que los padres salían los sábados a cenar se lo tomaron como la mayor desgracia que a alguien podía caerle encima. «Qué disgusto», le decían a mi amiga, para, acto seguido, acusarla de no haber sabido zanjar a tiempo la manía que la cría tenía de pequeña de quitarse los lazos de la cabeza. «Peor sería que le hubiera dado por tomar drogas...», llegó a decir la suegra en un intento de consolar a tan infortunados padres. La madre de la desviada criatura asistió con estupefacción y más paciencia que Job a tamañas muestras de dolor intentando ponerse en la piel de sus familiares que, por educación y edad, son incapaces de entender que la normalidad no depende del sexo de la persona con quien te acuestes.

Una cree que estos signos de intolerancia ya son minoritarios en este país y que la época en la que las parejas gays tenían que irse a Benidorm para salir a la calle cogidas de la mano sin que les escupieran, había pasado a la historia. Por eso llama tanto la atención encontrarte todavía por ahí con trogloditas que se manifiestan en contra de la homosexualidad, algo tan absurdo como si se manifestaran en contra de las pecas en la espalda o de los libros con tapa verde.

Viene esto a cuento de una polémica que anda por internet sobre una marca de pasta italiana cuyo dueño ha señalado que jamás haría publicidad con gays porque defiende a la familia, lo que ha provocado una oleada de comentarios de gente decidida a cambiar los macarrones por la fabada asturiana. Lo malo es que, entre estos comentarios, se cuelan muchos otros aplaudiendo la postura del empresario y cuestionando el modo de vida homosexual, augurando el final de la institución familiar y dudando de la salud de los gays y lesbianas.

En una de las entradas a esta discusión, una persona afirmaba que se siente atacada por los homosexuales y que son una amenaza para la familia. Será que a esta pobre persona le ha entrado en su casa una horda de gays enfervorecidos y la experiencia la dejó marcada, aunque, no sé. A lo mejor he tenido suerte, pero a mi familia nunca la ha atacado la pareja de lesbianas de la esquina y la única vez que me he sentido amenazada por un gay fue cuando, de jovencita, uno de mis amigos se ligó al camarero de un bar al que yo le había echado el ojo. Por eso reconozco que no entiendo muy bien a qué se refieren los que aluden a esta amenaza ni los que mezclan los espaguetis con la familia. ¿Alguien tendría a bien explicármelo?