La popularidad de Rajoy decrece al mismo ritmo que se infla su currículum. El presidente del Gobierno llegó al cargo con el sucinto patrimonio de una tristeza ontológica, y de una pereza a la hora de tomar decisiones que ha consolidado en La Moncloa. Sin embargo, la población se ve obligada a ampliar la imagen del líder del PP hasta extremos que se hubiera tachado de aberrantes un par de años atrás. El comentarista capaz de apuntar, durante la campaña electoral de 2011, la posibilidad de que el inminente primer ministro hubiera cobrado sobresueldos en negro, habría sido tildado de loco.

La opinión pública no ha terminado de acomodarse a la imagen de Rajoy como probable perceptor de cantidades procedentes de donantes anónimos, cuando una entrevista intrascendente con el canal televisivo Bloomberg desvela al presidente del Gobierno censor. En una clara confusión de la prensa estadounidense con la madrileña, La Moncloa ha intentado abortar la emisión de un fragmento de la entrevista en la que se vertían comentarios equívocos sobre el escándalo de Luis Bárcenas, el mejor amigo del gobernante español. El incidente no sólo mide el dudoso respeto hacia la libertad de prensa de un Ejecutivo que presume de transparencia. Permite calibrar asimismo la aquiescencia, si no connivencia, a que está acostumbrado el PP en el trato con los medios de su entorno. Bloomberg habrá tomado buena nota de los niveles éticos de las televisiones españolas, con mención muy sobresaliente para RTVE. Estamos así ante una inesperada contribución de Rajoy a la marca España.

Bloomberg no está exenta de polémica. El canal porta el linaje del alcalde de Nueva York, uno de los políticos más interesantes del planeta en las antípodas del gris Rajoy. El cuestionado código deontológico de la cadena está publicado y, entre sus exigencias más significativas, prohíbe refugiarse en fuentes anónimas. La exigencia de atribuir los comentarios supondría la desaparición de la prensa política madrileña en su conjunto. Bajo la excusa de proteger a los suministradores de información, se favorece la vertiente más creativa de los periodistas, y se publican piezas fantasiosas donde la pretensión de cobijar al chivato en peligro carece de sentido, puesto que suponen odas maldisimuladas al poder. Ahora mismo, hay una docena de plumas preclaras que desde la capital exponen en oráculos el pensamiento de Rajoy como si lo hubiera, sin citarlo porque en la mayoría de ocasiones se lo inventan. Estos colaboradores entusiastas han quedado desenmascarados por la actividad censora de La Moncloa, habituada seguramente al éxito en gestiones de este tipo.

De manera indirecta, el repugnante y torpe intento de acallar a un canal norteamericano ha desnudado las miserias de la prensa madrileña. Los famosos papeles de Bárcenas han sido presentados bajo subterfugios indignos de los fabricantes de titulares. Se hablaba de misteriosas donaciones, se camuflaba el procedimiento bajo la abstracta financiación ilegal del PP, disculpable en tanto que extendible a los restantes partidos. En realidad, el meollo del caso Bárcenas consiste en averiguar si el presidente del Gobierno recibió dinero sucio de donantes anónimos pero muy interesados. Habría simultaneado los sobresueldos con el ministerio, contraviniendo la ley. Las habría mantenido mientras exhortaba a los españoles a apretarse el cinturón, al tiempo que su amigo y tesorero asegura que le entregaba decenas de miles de euros de empresarios en efectivo. Este planteamiento no figura en la prensa madrileña, aunque ha sido el único posible y presente en los medios señeros del planeta.

Un presidente del Gobierno que sólo concede entrevistas a medios extranjeros no sólo demuestra su inseguridad „facultad inseparable del retrato robot de Rajoy„ sino el agotamiento de su función. Quienes hemos entrevistado al presidente del Gobierno, un trance que no figura entre los más placenteros del oficio, conocemos su tendencia a otorgar la razón al entrevistador. Esta propensión conciliadora se envenena al figurar en la lista de sospechosos adyacentes a una corrupción de altos vuelos. A falta de planteamientos propios, el líder del PP se esfuerza por adoptar el ideario de sus sucesivos interlocutores. El intento posterior de acallar a periodistas poco dúctiles explica descalabros como el sufrido por la candidatura olímpica de Madrid. Tras el veredicto del COI, los gobernantes despechados reclaman un honor que malbaratan en cuanto disponen de una oportunidad.