La Comunitat Valenciana, hoy más que nunca, es un país sin política propia. Los políticos han complicado nuestra convivencia y son ellos quienes tienen que encontrar una solución. Ha comenzado la cuenta atrás para los próximos comicios. Las elecciones europeas serán en la primavera de 2014. Y se ha iniciado la estrategia para las municipales y autonómicas de 2015. Nos encontramos en estado de emergencia por inanición política ante la asfixia económica, provocado por el derroche de recursos y por la arbitraria financiación autonómica que padecemos. Los líderes, políticos y empresariales, son incapaces de hacerse respetar y el partido en el Gobierno, de aquí y de allá, ha aplazado sine die el debate y la aprobación en el Congreso de la reforma del Estatut de Autonomía, que introduce una financiación para la Comunitat Valenciana en proporción a la población, que fue aprobado por unanimidad en les Corts Valencianes.

No hace falta entrar en la ensalada de cifras, que cada cual esgrime a su favor entre injusticia e insolidaridad. Si no se consigue cambiar el modelo de financiación, el futuro de la Comunitat Valenciana es desolador. La deuda acumulada no hay quien la pague. Después de tantos años perdiendo, hasta ganar nos podría resultar molesto. Este debate en tiempos de crispación económica suscita un efecto llamada que puede convertir el agravio en una traca incómoda, con masclet final, para quienes ven la farsa desde la atalaya de un Estado asimétrico. Nada más falta que se apuntaran ahora los valencianos a la disidencia.

Ha tenido que ser Esperanza Aguirre, que no conoce la prudencia, quien ha tenido que dar la nota en Barcelona, para recordar que las constituciones existen para ser cambiadas y los estatutos de autonomía también. Dejando aparte la apuesta para catalanizar España y la denuncia de nivelar el estado autonómico por bajo, mediante la conocida fórmula del café para todos, la coyuntura no es la más oportuna para exacerbar las reivindicaciones soberanistas.

Ha sido el lehendakari vasco, Íñigo Urkullu, quien ha roto el silencio y se ha manifestado con una parsimonia envidiable a favor de contemplar España como una nación de naciones, a favor de que se respete el derecho a decidir de los pueblos y en el caso vasco, que se consiga gestionar su dimensión internacional en Europa y en el mundo. No quiere violentar ni pretende rupturas sin retorno, pero sí el reconocimiento de la eurorregión en la Europa de los Estados. Está cómodo en su entendimiento con los socialistas, porque es una solución entre diferentes para gobernar y para gestionar su prioridad, que es atender las urgencias de la sociedad, sin que peligre el concierto económico que disfrutan los vascos.

El caso valenciano es bien distinto porque responde a la incapacidad y a la ineficiencia de quienes, desde las instituciones y entidades más representativas, tienen la responsabilidad de defender los intereses de los ciudadanos. No basta decir que no nos hacen caso y que uno está dispuesto a todo. La Comunitat Valenciana está al borde del colapso en medio de esos elocuentes silencios que denunció en 1958, Martí Domínguez Barberá, poco antes de que lo depuraran tras la desaparición de 300 millones de pesetas y de los fondos captados en una cuestación pública para los damnificados valencianos en la riada de 1957. La alocución se tituló Cuando los hombres callan, hasta las piedras hablan y recogía aquella frase tan actual: «¿Cómo queríamos pesar en el resto de España, si nosotros no pesamos en nuestra propia tierra?».

Entonces y ahora la solución para la problemática de los valencianos es política. Pero política con mayúsculas, con la atención y la entrega que exigen las situaciones límite, como la que estamos viviendo. Hasta ahora hemos mirado hacia otra parte, sin pena ni gloria, dóciles con las instrucciones que se nos impartían desde las esferas de poder de los diferentes gobiernos españoles. La atmósfera se ha convertido en irrespirable y no hay esperanza para los jóvenes ni para la recuperación social y económica.

Pasó la hora de los intelectuales, de la sapiencia académica, de la economía en todos sus frentes. Ha llegado el momento de la verdad para los políticos. Los que no estén a la altura de las circunstancias, que se vayan. Y los dirigentes empresariales, si quieren ser líderes, que tomen decisiones y que se jueguen el tipo. No hay más que una forma de asumir el compromiso: defender los intereses de la sociedad hasta el final. Con todas sus consecuencias.