La Generalitat Valenciana (GV), con más de 30.000 millones de deuda a sus espaldas, ha llegado a su límite. En lenguaje políticamente correcto, eventos y burbujas aparte, los valencianos padecen un modelo de financiación cuya consecuencia actual es una GV inviable, incapaz de afrontar servicios públicos que son de su responsabilidad.

A pesar de lo duro que resulte para la autoestima valenciana, existe la posibilidad de que inconscientemente la GV pueda estar desmantelándose y deben saberlo sus actuales y futuros responsables. Su enorme endeudamiento financiero y las consecuencias de su fiasco es ya un tema que incide en nuestro día a día.

Constatemos que a pesar de lo desagradable que pueda ser este parcial desmantelamiento, camino de una organización política regional distinta de la actual, no es el fin del mundo. Sus consecuencias económicas no serán, ni lejanamente, tan duras como las que habríamos experimentado de haberse confirmado situaciones que hemos rozado y visto sus caras, como la intervención formal de España por la troika o la salida del euro.

El miércoles, al terminar el debate sobre el estado de la Comunitat, la sensación que quedaba era la de haber asistido a un episodio de este desmantelamiento, sin que ninguno de los actores lo asumiera. La frase era oportuna: «Toda recta sentencia sobre cómo deben ser las cosas, presupone la devota observación de su realidad».

Se habló como si la portentosa deuda de la GV fuera a metabolizarse sin más. Todo se fió a que Rajoy y Montoro ejercieran a nuestro favor una maniobra para que la cosa quede a cero. Algo más propio de un milagro de Lourdes que de un Gobierno vigilado por los que prestan dinero para evitar que España sea intervenida.

Abundante discusión sobre financiación futura, muy escasa sobre cómo afrontar lo que ahora se debe. Son inconsciencias que están presentes en el transcurso de muchos desmantelamientos de instituciones que han vivido con hipótesis falsas. Ejemplo: Grecia y su vana esperanza de mantenerse intacta más allá del euro.

Nuevo modelo de financiación para que no haya nuevas deudas y reclamar la deuda histórica. No tiene mucho sentido priorizar las discusiones sobre el futuro, cuando el presente es tan desolador como el que registra la caja de la GV.

Cuando alguien soporta una deuda formidable y se enfrenta a una especie de desahucio poco importa, en su desesperado estado, el origen del mismo: haber sido objeto de una estafa, haber administrado sus recursos de forma torpe e irresponsable, inversiones no acertadas, etcétera. Las causas no evitan la realidad de la miseria.

La única solución verbalizada es la deuda histórica cuyo montante sube como un suflé (la última cifra oída en Les Corts ya superaba los 13.000 millones). Una manera de escaparse de la realidad a golpe de informe de experto.

Muy mal deben estar las cosas, cuando el escrache contra Montoro lo encabezan ya los dirigentes empresariales. Un poco extraño oír al presidente de Cierval, José Vicente González, declarar que «es fundamental» que se produzca «una condonación» de toda o parte de la deuda histórica, ya que esa situación viene de hace muchos años. «No es un problema de un partido u otro, pues ha sucedido con todo tipo de colores políticos, aquí y en Madrid». Frases comparables a las de Vicente Boluda, presidente de AVE: «La deuda valenciana es imposible de devolver con la financiación actual, salvo que dejemos de prestar todos los servicios. Los intereses nos comerán el presupuesto entero». «Fabra debe ser todavía más contundente y hay que plantarse ante Madrid».

La respuesta del Consell vino por el vicepresidente Císcar: «Hay que ser realistas y plantear cuestiones que sean posibles y realizables en este momento». Él sabe que el Gobierno central lleva 13.000 millones extras inyectados y no se ve en una manifestación pidiendo más dinero para la GV, cuya imagen está deteriorada por decisiones canallescas de su propio partido.

¿Qué hacer? Pretenciosa pregunta. Propongamos algo:

„ Cuantificar daños. Esta tarea no puede hacerse contando con un partido al frente de la GV con tanto corrupto en su entorno.

„ Si ha lugar, plantearse la devolución de determinadas transferencias.

„ Como el PP no tiene salidas, de haber diagnóstico desde la oposición, hablar claro y dar una explicación mínimamente progresista.

Desafortunadamente, en Les Corts no se planteó ninguna idea alentadora. Allí hablaron gentes que se reclaman de izquierdas sin alternativa alguna progresista y viable al tiempo. De hecho, no apareció ninguna idea nueva de derechas o de izquierdas. Descalificar al otro es un ejercicio banal con poco mérito intelectual.

Parece que cuando se territorializan la discusiones, las diferencias entre pensamientos conservadores y progresistas pasa a segundo plano. Por ejemplo, en Cataluña entonar La Internacional y Els Segadors ha llegado a ser una cacofonía. El orden de los factores parece que altera el producto. Primero la independencia o lo que sea, y luego las medidas progresistas.

En la dura circunstancia que vivimos en Valencia, el supuesto tripartito se compondría de grupos que llevando en sus siglas palabras asociadas a ideas de izquierdas, parece que lo territorial acapara sus mensajes. Si ello así fuera, obviamente nunca aceptarán que fueron por su carencia de alternativas (nada fáciles de encontrar, por otro lado) actores del desmantelamiento de la GV.

Tenemos problemas graves. Particularicemos la máxima de Ortega: «Devota observación de nuestra realidad valenciana». No abusemos de estereotipos previsibles.