Visto lo visto, pareciera que todas las maravillas surgidas en la Comunitat Valenciana en los últimos veinte años son obra de los políticos. Sin embargo, el estado de desastre en el que estamos sumidos lo paga el ciudadano o el ciudadano funcionario porque de él es la culpa de estar en el vagón de cola en vez de en la locomotora de Europa.

El premio Nobel de Economía Paul Krugman, en su columna del New York Times de hace unas semanas, consideraba con cierta lógica que la eurocrisis comenzó por Grecia porque sus problemas tenían todas las características de una tragedia griega en la que el hombre de noble carácter cae por el fatal defecto de la arrogancia. Y es que gobernar con excesivo orgullo no sólo lleva a engañarse a sí mismo, sino, lo que es peor, a creer y a exigir una serie de privilegios a los que erróneamente creen que tienen derecho.

Bien es verdad que la psicología y la sociología nos muestran cómo se desarrolla el proceso de imitación en el aprendizaje de las personas. En una parte de nuestra clase política y de los nombrados a dedo para presidir y gestionar importantes entidades e instituciones públicas ha cundido la falsa imitación de lo que se conoce como el más rico del pueblo, ser el Capitán Moro en las fiestas de Alcoy o Hermano Mayor en la Semana Santa de Orihuela. La enorme diferencia es que éstos últimos se lo pagan todo de su bolsillo.

Y todo esto aún sería perdonable si su gestión pública hubiera sido correcta y acertada. Endeudarse con el dinero del vecino no deja de ser un camino fácil para el éxito. Besarle la mano al papa, tomarse un fino con Ecclestone, inaugurar las múltiples ciudades de las deudas, destrozar el conjunto financiero valenciano o tener una estatua en un aeropuerto sin aviones, entre otras lindezas, nos ha sumido en un pozo del que vamos a salir con muchísimo sufrimiento para algunos.

Y no vale decir que las cosas no se podían hacer de otra manera. Sin remontarnos en el tiempo, hemos podido ver estos días la regata del América en la Bahía de San Francisco. Dos carpas y veinte roulottes. Y aquí ni sabemos cómo pagar la deuda del ICO ni sabemos qué hacer con las bases que nos dejaron. Todo un ejemplo.