Más allá de los estados ciclotímicos de la alcaldesa (ahora no salgo y estoy enfadada-enfuruñada; ahora sí salgo y estoy pletórica-contenta), espectáculo al que todos asistimos en las múltiples ocasiones en las que transita (o desaparece) por los periódicos y televisiones ad hoc, hay una cuestión de fondo o finalmente queda una cuestión: sobre el caso Nóos, sabemos el qué, el cómo, el cuánto, el cuándo, el porqué, el para qué, el dónde, incluso el quién se lo embolsó; sólo nos falta la x del quién aflojó la pasta. ¿Qué?, pasta gansa. ¿Cómo?, por el morro. ¿Cuánto?, arriba o abajo, 4 millones. ¿Cuándo?, en los últimos cinco años. ¿Por qué?, porque sí. ¿Para qué?, para destacar y codearse, para contentar. ¿Quién se lo comió?, los susodichos del Nóos. Sólo queda una cuestión: ¿quién aflojó nuestra pasta? La alcaldesa no, porque ella no ha firmado nada, y Camps tampoco porque está aconsejándose jurídico consultivamente en el exilio dorado de su desaparición pública. Entonces, ¿qué pasó? Por reducción lógica, está claro: los aforados Camps y Barberá tuvieron reuniones protocolarias y de cortesía con los forrados Torres y Undargarin. Inmediatamente después o antes (¡qué más dará el huevo que la gallina!), algún técnico o funcionario o azafata de congresos de la Cacsa o de la Casa, motu propio sin carné y voluntas propia sin libertad, a espaldas de y por lo bajini, decidió, sin contrato, ni publicidad, sin sentido común y sin que nadie se enterara, soltarles a los de Nóos una buena pasta para Summits, Juegos Europeos, cacaus i olives... Si yo fuera la alcaldesa (Camps, no, ¡por favor!) estaría cabreadísima. Eso sí: con serenidad, moderación y respeto por la justicia.

De pronto, cuando le robaron al Elx FC el partido contra el Real Madrid, me acordé de Mercedes Alonso, la alcaldesa íbera de Elig, procesionaria mayor de todas y cuantas cofradías religiosas, moras o cartaginesas transitan por els quatre cantons, la plaça ´hi baix, el filet de fora i el de dins, la replaceta els pontos i el passeig de l´estació. Le quitó el nombre a la Pasionaria y en su lugar puso el del último alcalde del franquismo, que tanto hizo por el tren a Cartagena; sustituyó en el aeropuerto el dulce nombre de l´Altet por el de Elche-Alicante, para que los de Brighton que van a Benidorm no se pierdan creyendo que están en el JFK de Vigo, y colocó a la cabeza y en el centro del paseo un pedazo de bandera española (ella sola, solipsista, ominosa; no un símbolo, sino un recordatorio a modo de advertencia) del tamaño de la carpa del circo Rampling. Mercedes, cariño... ¡yo qué sé!: ens furtes l´ànima.