En el primer episodio de El ala Oeste, la serie que educó a una generación de americanos en el ideario que llevaría a Obama a la Casa Blanca, el presidente pronuncia un pequeño mitin de agradecimiento. Según la estrategia pedagógica de la serie, no se trata de poner en labios del presidente un ideario abstracto o una doctrina. Creo que lo decisivo para el guionista fue mostrar casos concretos y cotidianos de la acción política y ofrecer una forma de comportamiento que fuera realista, pero que hiciera sentirse orgullosos a los actores por su forma de comportarse, o al menos los confirmara en sus convicciones. Esta es la comprensión de las cosas que extrae el espectador. Como detalle casi subliminal, para identificar el ideario de la serie sólo tiene que observar un detalle. Tras el podio del presidente se lee un lema en una pancarta, la consigna de la serie: «Practical Idealism».

Y así es. El mejor de los mundos políticos posible se imaginó en medio de los pasillos de la Casa Blanca. Por sus despachos siempre abiertos, por los que circula el aire de la transparencia, de la inteligencia, del ingenio y de la lealtad, vemos a los protagonistas vivir para la política, no de la política. Y sin embargo, no hay dogmas, aunque sí principios. Estos no describen sólo líneas rojas, sino puntos de vista que permiten abordar estrategias. Frente a lo que se podría suponer, el grupo humano allí imaginado estaba lleno de flexibilidad y de versatilidad, de coraje y de agallas, de fidelidad y de capacidad de pacto. El reto para los directores de la serie era presentar siempre la mejor de las soluciones posibles o, cuando no había solución alguna, presentar la conducta más digna frente a la adversidad y la tragedia. Esto permitía a la serie transmitir al espectador una gama muy amplia de sentimientos, desde la solidaridad hasta la alegría, desde la piedad a la compasión, desde el entusiasmo a la amargura.

Cualquiera que desease enrolarse en una empresa pública debería saberse esta serie de memoria. Lo dicho vale para periodistas y para políticos, pues en el fondo son una misma cosa. Con ello quizá conseguiríamos que nuestros políticos, ante un problema dado, pudieran imaginar de manera clara cómo se comportaría alguno de estos hombres del «Idealismo práctico». Este platonismo no es contemplativo, ni intelectual, sino operativo y pragmático: se trata de acreditarse ante un modelo y de intensificar el esfuerzo de parecerse a él. Sin duda, el comportamiento de nuestros políticos tendría más eficacia para configurar un sentimiento profundo de convivir en medio de percepciones comunes.

Podemos aplicar estas reflexiones al asunto de Cataluña, un problema real que sólo se puede resolver con mucha inteligencia y capacidad. Desgraciadamente, no veo a ninguno de los actores implicado en un universo dominado por el idealismo práctico. No creo que nadie haya generado una dinámica persuasiva ni un planteamiento que nos sintamos inclinados a compartir. Puede parecer un asunto menor este de lograr que un espectador se sienta inclinado a compartir percepciones. Pero no lo es. Por principio, el de Cataluña es un asunto que se hará a la vista de muchos observadores no directamente implicados, que no han tomado partido de antemano. Muchos españoles están dispuestos a oír el mejor argumento y no sienten rechazo por ningún resultado final. Les preocupa sobre todo el cómo, el guión. Y con franqueza, el espectáculo no promueve la paciencia ni el gusto de mantener la atención. Todo tiene un aspecto primitivo, fanfarrón, chulesco, solipsista. Un bocazas y un mudo, no da para un mal guión. Y como prólogo para una pelea de boxeo es demasiado largo y aburrido.

La forma de amenazar y de meter miedo en el rival por parte de estos actores es recíproca, pero como es propio en personajes que no creen lo que dicen, las amenazas no cesan de repetirse en una escalada en la que ya no se puede distinguir el chantaje del cálculo, la pulsión de la reflexión. Todo se reduce a esto: Cataluña independiente se hundirá, pero España sin Cataluña se hundirá con ella. Cuando se llega a este argumento, se descubre lo lejos que estamos de un idealismo práctico. Esta forma de ver y de actuar jamás es la coartada de suicidas que deciden hundirse juntos antes de reconocer que están enzarzados en algo que nadie puede compartir sin fanatizarse. Sin duda, todos saben que una consulta sin pacto será tan absurda como mantener un pacto constitucional sin vínculo real con la gente. Estas prácticas son tan estériles que, una vez culminadas, se descubre que nada se ha resuelto. Al día siguiente de que se prohíba la consulta, o al día siguiente de que se realice o no se realice a su modo, todo seguirá igual. La sensación más amarga será la de haber perdido el tiempo tres años. No debemos engañarnos: quien se enrola en una escalada debe estar dispuesto a llegar al final. Pero aquí no habrá final.

Convergencia y Esquerra no llegarán al final, aunque lleguen a la consulta. Por su parte, España no necesita llegar al final. Basta aplicar la ley€. por el momento. Y aquí se ve el error más grave de los independentistas. Bajo un Estado de Derecho, no basta la democracia directa. La naturaleza misma del Estado de Derecho impide apelar a escenarios, argumentos, estrategias o amenazas que lo trascienden. Esta opción, lejos de dar una imagen de fortaleza, la da de impotencia. Negociar bajo la amenaza de independencia es inviable porque sitúa a la otra parte ante una inevitable debilidad. Es lógico que Rajoy, bajo esta premisa, se niegue a todo pacto. Pensar que estas viejas palabras se pueden pronunciar impunemente porque vivimos en un universo incondicionalmente pacificado, es un error. Lo bien cierto es que, aunque no rompan la paz, no crean un espacio de cooperación. Un Gobierno no puede negociar bajo una atmósfera dominada por esas palabras.

Sin duda, la escalada de invocación divergente a la legalidad y a la democracia comenzó hace mucho tiempo. La consecuencia será desactivar la legalidad y la democracia a la vez. Ninguno de los dos principios valen de forma absoluta y separada, y los actores se han equivocado al lanzarlos uno contra el otro. Pero ya no pueden hacer nada más y sólo podemos esperar que este proceso se acabe con la doble evidencia de que una legalidad sin base popular es vacía, y una democracia sin base legal, ciega. Es lo que ha dado de sí el juego. Un mal guión, unos malos actores, sólo pueden producir una esperanza: que la pésima comedia acabe pronto y que estos actores salgan de escena. Para escribir el futuro, los políticos que resuelvan este asunto deberán empaparse de idealismo práctico. Quizá entonces podamos tener percepciones comunes. El idealismo práctico sólo aspira a producirlas. Para esto, dos líneas rojas: Cataluña no es una región más de España, pero tampoco puede definir unilateralmente su solidaridad con España. El resto es conocimiento histórico, respeto, flexibilidad, inteligencia, lealtad e ingenio. Idealismo práctico.