Cómo son estos americanos que con unos disfraces, unas calabazas, unas calaveras, un poco de sangre, dulces, alcohol y mucho cine gore han suplantado la tradición cristiana de festejar a los difuntos. Primero metieron a los niños en esta celebración comercial y después entraron los mayores, que a diferencia de aquéllos se la han tomado en serio y la celebran por todo lo alto. Tengo la impresión de que seguimos bailando al son de los gringos el ocaso de nuestro sistema de protección social tras el crujido económico que no midió su voracidad financiera, ni el poder de la banda ancha, ni el fiasco del euro. Cual familia Adams asistimos impasibles al desplome del imperio europeo y lo hacemos sin reflexión, vendiéndonos al mejor postor, ya sea americano o alemán. Y entre tanto, la iglesia está tan inquieta que el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, le dedicó ayer a Halloween una homilía en la catedral defendiendo la Pascua y la Navidad frente a «una mascarada que no busca dar amor, sino miedo». Revelador.