Este año se cumple el cuarenta aniversario del X Congreso de la Confederación Europea de Antiguos Alumnos de jesuitas, en Valencia, celebrado en 1973, en el cual la presencia del superior general, Pedro Arrupe, fue carismática y estimulante. Su conferencia sobre «La promoción de la justicia y la formación»; la idea de la justicia, interpretada a la luz de los Evangelios; y la formación, con el propósito de formar hombres «para los demás» y «con los demás», como añadiera, más tarde, su sucesor Peter-Hans Kolvenbach, resultó ser un revulsivo social.

Se cumple también, en este año, el treinta aniversario de la renuncia, como superior general, de Pedro Arrupe, el 3 de septiembre de 1983. Su sustituto, el antes citado Kolvenvach „más tarde también dimisionario, al cumplir los 80 años, por considerar se trataba de una elección ad vitalitatem, no ad vitam„ diría, dirigiéndose a Arrupe: «Ya no le llamaré a usted padre general, pero le seguiré llamando padre», como muestra de afecto y consideración. Su sucesor, sería, desde enero de 2008, el también español Adolfo Nicolás.

En la iglesia de Gesú, en Roma, de característica arquitectura jesuítica, y hermosos frescos en la cúpula, junto a las capillas de Ignacio de Loyola, Francisco Xavier y el valenciano Francesc de Borja, se encuentra una pequeña lápida que recuerda la dimensión humana del padre Arrupe. Fue el principal impulsor de la renovación reciente que todavía hoy se plantean sus compañeros jesuitas, y antiguos alumnos, sobre el papel de la Compañía de Jesús en la sociedad contemporánea.

Pasaron los tiempos de la rígida educación y disciplina ignaciana, pero queda el ejemplo de aquello que los jesuitas representan. Han sabido cambiar con los años, adaptándose a los signos de cada época, y situándose en la dirección de la Iglesia. Entre los antiguos alumnos, los hay aleccionados en la militancia y otros educados en la sensibilidad, unos con la ortodoxia y otros desde la disidencia, pero todos manteniendo las virtudes que aquellos maestros encarnaron, y no las enseñanzas que pudieron no practicar.

Las líneas básicas que Pedro Arrupe quiso impulsar debieron ir en esa dirección cuando „según su biógrafo Pedro Miguel Lamet„ ante la crisis de vocaciones que afectaba a los jesuitas, sus palabras fueron, que se requerían hombres para el futuro, pero que su preocupación era más por mantener el espíritu de la Compañía que por la propia organización.

Hace ya más de veinte años de la muerte de Arrupe, acaecida en 1991, cuya vida transcurrió entre dos distintas concepciones vaticanas, la de Juan XXIII y la de Juan Pablo II, figuras ambas de próximo reconocimiento de santidad, bajo el mandato del actual papa Francisco. La enorme figura, de Pedro Arrupe, ponderada por muchos, jesuitas y quienes no lo son, que van desde Juan Negrín, presidente del Gobierno de la II República española, al premio Nobel Severo Ochoa, requiere un reconocimiento acorde con su visión renovadora de los jesuitas, el ideal evangélico de la justicia, y el compromiso de su labor social.