Cuando el país se enfrenta a un desbarajuste político considerable, sólo comparable a la etapa final de Adolfo Suárez, y cuando el mapa político parece regresar al inicio de la transición, con una indefinición del bloque hegemónico que hasta ahora nos ha gobernado, Rosa Díez ha clausurado su congreso con una reelección clamorosa. Vestida de blanco, como una sacerdotisa carismática, sin aquellos flancos de los congresos anteriores (la recuerdo entre Pombo y Savater en el primero de ellos), con un politburó más visible y formalizado, Díez ha proclamado su entusiasmo y optimismo. Ha preparado al partido para gobernar pronto, ha dicho. No será la alternancia de nadie, sino la alternativa. Algo así como que el sistema canovista de la Segunda Restauración se ha terminado. Nosotros, sin embargo, lamentamos no poder sumarnos a su optimismo. Por varias razones.

Ni uno solo de los grandes problemas políticos del país ha ido a mejor en los casi dos años que llevamos de gobierno Rajoy, es verdad. El problema catalán ha mejorado por los propios errores de Mas, no por la actuación de Rajoy. Las medidas que han empobrecido a las clases medias y a los jubilados, una forma encubierta de devaluación de la riqueza española, ha sido suficiente para que el dinero regrese para comprar las gangas. La liquidez del BCE a los bancos, que presta al 0,5 y que éstos colocan al 4 ó 5 % de la deuda pública, ha mejorado la prima de riesgo y sanea los bancos, pero a costa de que la partida de los Presupuestos para pagos de intereses haya crecido de forma considerable, con gran merma de otras partidas sociales. Empobrecernos a todos: esta es la política económica del Gobierno. No es un azar que todo parezca ir mejor en las grandes cifras. Va mejor porque todo va peor en la economía popular.

Pero al margen de esta política económica neofranquista, nada del programa político del PP avanza. Aquí los resultados, para desesperación de la derecha radical, no son proporcionales a la mayoría absoluta parlamentaria del PP. Ni una sola de sus grandes batallas ideológicas ha logrado abrirse camino de forma exitosa en el Parlamento y, cuando una parecía lograrlo, como la ley Wert, ahora sabemos que tardará más aplicarse. De las leyes de Gallardón no se sabe nada concreto. La reforma de la Administración local tampoco se ha aprobado, por no hablar de las leyes sobre la reforma de partidos, de la ley electoral, de las medidas de corrupción, etcétera. No se ha logrado nada.

La situación ya apenas puede ocultar que el PP no respeta a Rajoy. La medida grotesca del presidente de la Comunidad de Madrid de bajar los impuestos, cuando cualquier bien público madrileño se hunde ante los ojos de todos, es un misil tan directo a la política de Rajoy como el apoyo de otros personajes del PP a los abucheos al Gobierno lanzados por parte de los dirigentes de las asociaciones de víctimas del terrorismo, a las que no disminuiremos nuestro respeto como víctimas por decirles que su política es completamente equivocada. La consecuencia es que Rajoy no tiene otra carta que la mejora de la situación económica. Con este comodín no podrá ligar jugada alguna.

Pues bien, en esta situación, el congreso de UPyD se ha limitado a un gesto menor: recoger algunas medidas para hacer frente a las realidades más escandalosas de la corrupción política. El resto no es convincente. El partido más abierto a la militancia es curiosamente el más cerrado en su liderazgo. Gorriarán decía que eso se debe a que nadie cree hacerlo mejor que ella. No es este el asunto. La cuestión es la manera en que Rosa Díez hace su trabajo, su aspiración a ser identificada con el partido, como se ve cuando se busca en internet la página de la organización y aparece el sencillo nombre de «Rosa».

Lo que hemos oído al margen de estas pocas medidas es más bien decepcionante. La impresión que tenemos tras el discurso es que ha consistido ante todo en una defensa del nacionalismo español, con una pésima retórica para abordar el problema catalán en términos de «chantaje». Todo muy consistente con el apoyo ofrecido a cierto articulado de la ley Wert, o con el posicionamiento contrario a la sentencia de Estrasburgo, o con las declaraciones de días atrás en las que Rosa Díez hablaba de José Bono como plagiario de su propio discurso. De lo que padece la gente en el día a día, del empobrecimiento de todos los ámbitos de lo público, de lo insostenible del sistema educativo, de la carencia de política científica y universitaria, de la amenazante reforma de la justicia, de eso ni una palabra.

Si ponemos este discurso en relación con la frase rotunda de que UPyD está preparada para gobernar bien pronto, debemos preguntarnos por su significado real. UPyD sabe que el PP en estos momentos es un grupo unido exclusivamente por el poder. Quien no participa de él, como la vieja plana mayor aznarista, referente de buena parte de los votantes populares, no está contento con Rajoy. Por lo demás, Díez sabe demasiado bien que el PSOE, tras todas las consecuencias del desmontaje teórico que se inició con Felipe González, alberga un buen número de votantes que podríamos llamar nacionalistas con conciencia social.

Es posible que Díez crea que tiene posibilidades de convertirse en un partido hegemónico en las próximas elecciones y así «no casarse con nadie», como ha asegurado. Pero esto apenas puede ser creído por nadie más. Sin presencia en Cataluña y apenas en Andalucía, con débil presencia en Valencia, no podrá aumentar sus fuerzas salvo en Madrid y quizá en Murcia o en el País Vasco. En estas condiciones, recuerdo una frase de Marine le Pen: «Sólo hay dos opciones reales en el presente: los que creen que la nación es una forma política no superada y los que creen que debe verse superada por Europa». Si esto es así, el discurso de Díez parece de un lado. Pero con ese discurso no se puede aspirar a gobernar, salvo si se aspira a complementar una mayoría con alguien. Y ese alguien sólo puede ser el propio PP.

El juego por alterar la hegemonía política que hasta ahora ha administrado la Constitución de 1978 no ha hecho más que empezar. Pero ha empezado mal. O por decirlo de otra forma: con más de lo mismo. Esperemos que la conferencia del PSOE nos traiga mejores noticias.