Sólo las ideas guiadas por el ejemplo conseguirán organizar de nuevo a los trabajadores en los sindicatos y los partidos de clase, y esa será una de las tareas fundamentales del Partido Comunista en este nuevo período.

Mientras escribo estas líneas se cumplen tres años desde que el 29 de octubre de 2010 recibíamos la noticia de la muerte de Marcelino Camacho. Todos los que le conocimos derramamos lágrimas aquel día, y todos quienes conocieron su vida de compromiso y honestidad no pudieron más que lamentar la partida de uno de los personajes más importantes de la historia del movimiento obrero, que enseñó a millones de trabajadores de toda España cosas que nunca nadie podrá enseñar ni demostrar ni con los más excepcionales discursos. Lo hizo con el ejemplo, la única forma de expresión capaz de convertirse en todopoderosa y eterna.

En unos tiempos en los que es común ver a políticos y sindicalistas cambiar de discurso con la misma rapidez con la que cambian de chaqueta o de zapatos, reivindicar la figura de aquellos hombres y mujeres comprometidos como Marcelino, que vivieron las épocas más convulsas de nuestra historia, no es un ejercicio de nostalgia, sino de construcción de un futuro en el que es necesaria una revolución en la forma de entender la política, el sindicalismo y las relaciones sociales.

Eso fue lo que durante el XII Congreso del Partido Comunista del País Valenciano reivindicamos los pasados 25, 26 y 27 de octubre, la política del ejemplo y la honestidad para la construcción de una sociedad nueva. No se puede hablar de honradez sin ser honrados, no se puede hablar de compromiso sin comprometerse, no se puede hablar de democracia sin ser demócrata y no se puede hablar de revolución sin ser revolucionario.

En estos tiempos oscuros y terribles en los que el miedo paraliza a buena parte de los trabajadores y las clases populares, que no ven salida ante una situación crítica y en la que no abundan los referentes, sólo las ideas guiadas por el ejemplo conseguirán organizar de nuevo a los trabajadores en los sindicatos y los partidos de clase, y esa será una de las tareas fundamentales del Partido Comunista en este nuevo período.

Marcelino era comunista y obrero, y nunca dejó de serlo. Nunca perdió la perspectiva de quién fue ni olvidó la clase a la que pertenecía, viviendo hasta el final de su vida en un pequeño piso de Carabanchel sin ascensor, hasta el que a sus 94 años subía lenta y pacientemente acompañado de su inseparable y querida Josefina.

Marcelino ya no está entre nosotros. Ya no nos cruzaremos más con su mirada preclara y honesta, ni le veremos del brazo de la sonrisa increíble y comprometida de Josefina. Pero su ejemplo no es memoria muerta, sino la semilla que nos dará la vida, los brotes rojos del movimiento obrero. El futuro para el que los comunistas valencianos nos hemos conjurado este mes de octubre.