Lo acaba de confirmar Eurostat: los inmigrantes no llegan a un 4 % en toda Europa. En España, la cifra se sitúa por encima de la media con un 6,9 %, y el país con mayor porcentaje es Letonia (16 %). Estos datos desmontan algunas hipótesis políticas de tintes alarmistas: la primera y principal es el señuelo de la supuesta invasión inmigrante que han esgrimido los partidos xenófobos y populistas. Y que tan bien les ha funcionado en las urnas durante esta crisis económica y política. Pero, a despecho de la realidad estadística, una de las razones más importantes del éxito de este discurso es que apela a las emociones más primarias del individuo: la defensa del territorio y el miedo hacia lo diferente y desconocido. Eso „y no la estadística„ explica que el mensaje anti-inmigratorio sea la columna ideológica vertebral que une a todos los populismos del viejo continente.

Y es que el racismo se está convirtiendo en un prejuicio asentado en todas las capas de la sociedad gracias, en parte, a la escasa resistencia ofrecida por quien más se preciaba de combatirlo: la socialdemocracia. Seguramente, la víctima más importante de esta crisis económica. Hubo un tiempo en que España, Francia, Alemania, Italia o Reino Unido apostaban por un proyecto político centrado en los derechos básicos de la persona, la mejora de las condiciones laborales, la igualdad de oportunidades o la equitativa redistribución de la renta: derechos que hoy parecen casi privilegios que, según el dictat liberal, son económicamente insostenibles. Pero por el camino de la crisis económica se quedaron Schröder en Alemania, Gordon Brown en Reino Unido, Romano Prodi en Italia, Yorgos Papandreu en Grecia o Zapatero en España.

La segunda evidencia que se desprende de los datos del Eurostat es la falta de mano de obra que padece un continente envejecido. España en concreto necesita en los próximos 20 años al menos siete millones de personas para garantizar la viabilidad del sistema de pensiones actual. Estaría bien que el PSOE, que celebrará a partir de mañana su Conferencia Política con visos de refundación ideológica, lograra consensuar una propuesta política sobre inmigración que consiguiera hacer frente a dos realidades: la instrumentalización por parte de la extrema derecha y el interesado silencio con el que la derecha tradicional cubre el tema para evitar que su electorado se le fugue más a la diestra. Que es lo que, por ejemplo, está pasando en Francia, donde el partido de Marine Le Pen encabeza todas las encuestas a las elecciones europeas. Y eso que en su programa político figura en muy destacado lugar desvincular a Francia „uno de sus países fundadores„ de la Unión Europea.

O sea, que es posible que dentro de poco veamos ganar elecciones europeas a formaciones antieuropeístas e incrementar su representación parlamentaria a opciones que hacen de la anti-inmigración su leitmotiv político precisamente en un continente urgentemente necesitado de mano de obra inmigrante. Definitivamente Europa, tan concentrada como está en resolver su galimatías económico, se encamina hacia la esquizofrenia política.