Una cosa es el hecho y otra, la intencionalidad. Canal 9 ha echado el cierre, sí, pero sería una bobería considerar que Fabra ha cancelado las emisiones, tras 24 años en activo, por ideología, desdén o siguiendo órdenes de una autoridad superior. RTVV ha sido la mayor fuerza propagandística de los gobiernos de turno en el Palau y de los partidos que los rodeaban. En algunas etapas del PP alcanzó cotas obscenas. Las denuncias de la oposición al respecto llenarían varios volúmenes enciclopédicos. ¿Puede un presidente, por ingenuo que sea, eliminar un aparato de difusión que hace ganar elecciones o silenciar al adversario? Si fuera así, Fabra encarnaría la figura del antipolítico, lo cual debería preocupar primero a su partido y, después, a los ciudadanos a los que gobierna. Distinto es que el manual del PP y de muchos de los poderes económicos que lo cercan insista en la privatización de las televisiones: Fabra, en eso, ha sido un alumno aplicado. Sin ir más lejos, el otro día, Rosa Vidal, tuvo el honor de abrir las plicas de las empresas -entre las que no se encontraban las valencianas- destinadas a «levantar» la nueva televisión autonómica. Ayer, uno de los órganos inspiradores de la opinión del PP, con intereses en la materia, pedía una privatización generalizada. Cualquier día, si continuamos la estela, algún antropoide exigirá que toda la administración, además de los gobernantes del Palau y las Cortes, pasen a ser satélites de una mercantil especializada en gobiernos y administraciones públicas. Para hallar un signo político, habrá que viajar por el túnel del tiempo.

La mayor maquinaria de propaganda del PP ha desaparecido, y sus consecuencias son imprevisibles. Fabra lo tenía todo a favor. Tuvo a la opinión pública con la miel en la boca cuando despidió a 2.500 trabajadores del sector público; disfruto de la misma adhesión cuando tiró a mil trabajadores de RTVV. Había logrado adelgazar la tele con el único rechazo de los damnificados y de sus satélites. La pirueta final ha acabado estrellándole, y su responsabilidad en el fracaso es inequívoca.

De esa responsabilidad cuelga la gestión del ERE -no es de recibo diluirla en el despacho de Garrigues- porque la dirección política estaba en manos del Consell y de esa misma responsabilidad se desprende la elección de una directora general que ha acabado asombrando al PP, al Consell y a la sociedad entera. Su desatino, que alcanza el dislate visto ayer en Canal 9 -una plantilla dando voz a la oposición cuando antes le estaba negada mientras se miraba hacia otro lado-, acabó cuando el Consell le envió un notario. Hay historias que acaban con un acta notarial.

Los sindicatos tampoco son inocentes en el cierre de Canal 9. Su irresponsabilidad ha sido manifiesta. Les avisaron de que si estiraban tanto la cuerda, Canal 9 desaparecería. Ni se inmutaron. Entre otras cosas, porque les parecía impensable. Su parte de compromiso en el desmoronamiento es evidente, por mucho que ciertas ortodoxias alejen los errores de su intervención en el colosal hundimiento. Sería injusto dejarles de lado, porque son protagonistas de la frustración. Cuando algo naufraga de ese modo, nadie puede quedar fuera del balance final.

Ahora Fabra ha de explicar el descalabro en el partido: en el suyo. Y no lo tiene fácil. Su decisión va a condicionar buena parte del futuro de la política del PP y del Consell. En tiempos de fracturas, la pérdida de un fundamento como Canal 9 no puede pasar desapercibida ni siquiera con un partido cohesionado, y no es el caso. El entorno de Fabra tiene medidos los espacios geográficos de la explosión: en Valencia y poco más. En el resto del territorio nacional, poco, más allá de alguna lanza. ¿Pero dónde se gobierna? ¿En Madrid? Las pulsiones colectivas son correas de transmisión y en esta peripecia hay muchos elementos que suman a la contra. Los socialistas, Compromís y EU se han quedado estupefactos. Tanto que Ximo Puig pidió ayer elecciones anticipadas, con lo cual está dicho todo. No es un ambiente propicio para el «buen» gobierno y con la Generalitat sin un euro. ¿Podría ser de otra manera cuando se pierde la primera televisión autonómica de España? ¿Una televisión que, en el análisis más cínico, otorgaba caudales de votos? Hoy reúne Fabra a los suyos. El silencio se podrá cortar con una motosierra.