En un primer momento la noticia me produjo cierta anestesia emocional. No diré que me alegrara el cierre de RTVV, pero sí fue agradable escuchar cómo el Consell consideraba inasumible y «no prioritario» mantener a ese monstruo de televisión pública que habían creado como reducto transmisor de su propaganda ideológica donde la palabra Gürtel no se pronunció durante más de un año, el accidente del Metro se silenció o en plena guerra entre Camps y Zapalana, el primero prohibió que se emitiera en pantalla la imagen del segundo, tarea harto difícil por ser entonces Zaplana el portavoz del PP en el Congreso de los Diputados.

El miércoles por la mañana sintonicé Radio Nou (y por la noche Canal Nou 24) y por primera vez „que yo recuerde„ escuché en boca de los presentadores duras críticas contra el Consell, contra la dirección del ente y contra sus consignas políticas, la presión psicológica a la que han estado sometidos y la manipulación de la verdad de la que, para qué negarlo, han sido cómplices con su aquiescencia por miedo a perder sus puestos de trabajo. Paradójicamente, sentí cierta nostalgia de una radio y de una televisión que hace años no veía ni escuchaba por pura vergüenza, debida al comisariado político en que los populares habían convertido el proyecto.

Dijo el presidente Fabra que el cierre de RTVV es «innegociable» por falta de dinero y que si recurría a tal medida era para no cerrar colegios u hospitales. Un alarde de cinismo: llora por no disponer de 40 millones para readmitir a los mil empleados despedidos de Canal 9 mientras promueve un concurso para poner en marcha el aeropuerto de Castelló (por el que los valencianos pagaremos 25 millones en diez años) o asume los 47 millones de deuda generada por la fantochada faraónica del premio de F1 de Valencia, entre otras barbaridades, despilfarros y despropósitos.

Es lamentable la inmensa mayoría de los valencianos desconozca la realidad de RTVV. Por ejemplo, que la plantilla llegó a ser a ser de 1695 trabajadores, una cifra superior a la suma de Antena 3 y Telecinco. Que tal vez con 500 trabajadores habría sido suficiente para emitir y que un elevado número de la plantilla eran presuntos enchufados que presuntamente ocupaban puestos innecesarios, irrelevantes o presuntamente inexistentes sólo por tener un carné o en base a una presunta transacción de favores recíprocos.

Todo hace presagiar que el cierre de RTVV sea el principio de una cadena de acontecimientos consecuencia de una mala gestión durante casi veinte años. No hace falta ser un adivino para vaticinar malos augurios mientras quienes gobiernan se justifican por sentirse investidos a través las urnas, pero no se atreven a convocar unos comicios anticipados que les revaliden cuando el derrumbe del gobierno autonómico valenciano ha comenzado ya.