He asistido al estreno de «La doña II» en la Sala Zircó, obra paródica de los veintitantos años de alcaldía de Rita Barberá. Todos estos lustros dan para mucho material político, por lo que sobran las alusiones personales que causan risa pero son innecesariamente insultantes. Ese mismo día se anunciaba la «rebelión» de los profesionales de la Radio Televisión Valenciana en defensa de sus puestos de trabajo. Si esa rebelión hubiera sido real debieran haberse presentado los cámaras en la Sala Zirco y haber retransmitido en directo el espectáculo. Nunca se fue tan punzante con una gestión pública valenciana que en esta función.

La desintegración fulminante de RTVV no es una novedad. ¿Recuerda alguien que existió una televisión municipal de Valencia que se liquidó sin tanto melodrama? ¿Se tiene en cuenta que existen otras teles locales ejemplares? La Televisión Valenciana nunca existió.

Sólo hubo un entramado publicitario que nunca se preocupó realmente de ese objetivo surrealista de defender la lengua y cultura valencianas. En los primeros tiempos se emitía al gusto del PSOE, y en los últimos tiempos al gusto de los distintos dirigentes populares. En todos estos años sólo otro partido político tuvo posibilidad de cambiar esta dinámica: «Unión Valenciana». Con su minoría decisiva pudo haber exigido la televisión, la consellería de cultura y la de educación. Se conformaron con los muslos del «pacto del pollo», que después resultaron ser pequeños entremuslos. Su propia traición se convirtió en «harakiri».

La programación de RTVV ha sido vergonzosa desde sus inicios, con contadas excepciones. Lo que más se aproximó a la forja de una identidad valenciana fue el programa de Joan Monleón y sus galas esperpénticas. El resto fue puro relleno. Ni siquiera la famosa «Alquería Blanca» tuvo nunca un mensaje de calado.

Lo último que vi en Canal 9 fue un programa de «zapping» que resumía las astracanadas emitidas a lo largo de estos años. ¡Cuánta estupidez multiplicada! ¡Cuánto dinero derrochado! ¡Cuánto tiempo perdido! Acció Cultural nunca tuvo un programa en el Nou. Pero tampoco lo tuvo Lo Rat Penat o alguien que de lejos albergara la santa idea de potenciar la cohesión regional. Mucho amor al perrito, pero pan poquito. RTVV era la agencia de colocación fácil. De un lado por favores políticos, aburridos de por sí. De otro por favores sexuales, que darían para varias series televisivas si se relataran pormenorizadamente. Sólo emitiendo estas historias ya saltarían las audiencias añoradas.

El despido injusto de los que estaban ha generado la catástrofe. Ahora irán todos a la calle. ¿Pero qué pasa con los que no estuvimos nunca, pero teníamos derecho a estar? ¿A nosotros quién nos indemniza? Se hizo una televisión para los valencianos, pero sin los valencianos, al más puro estilo del despotismo ilustrado.

Cuando todos estos desconciertos se suceden recuerdo aquel artículo de Miquel Adlert, «Autonomia sense ànima», donde advertía que sin políticos valencianos no se podría construir nada. Joan Fuster lo explicó en «Un país sense política» y Josep Maria Bayarri en «Apolitisació dels valencians».

Destruido el sistema bancario; abandonado el campo educativo; arruinada sanidad y farmacia; fulminada la televisión pública€ la lógica de esta dinámica nos llevaría al cierre inmediato de la Generalitat.

Cuando la insurrección rumana derrocó al «conducator» Ceaucescu, la primera preocupación fue ocupar la televisión pública, no el parlamento ni la presidencia. Nuestros dirigentes, con poca visión política, han destruido lo único que les podía salvar, la propaganda. A partir de ahora comienzan los tiempos de zozobra a los que sólo cabe aplicar la lógica fallera: quememos la falla para poder construir otra el año que viene, o cuando sea.