Solo en alguna de las antes llamadas con desdén repúblicas bananeras podría no extrañar lo sucedido en la televisión pública valenciana. Una televisión hipertrofiada en todos los sentidos y al servicio exclusivo durante años del Gobierno regional.¿Cómo se ha podido tolerar durante tantos años semejante despropósito? ¿Cómo han podido aguantar los profesionales que trabajan en ese medio la descarada manipulación informativa que ahora, cuando por desgracia tienen todo que perder, públicamente han denunciado? Sabemos que los periodistas han de tener muchas veces grandes tragaderas. No se les exigen como a los médicos juramentos hipocráticos, y la independencia y el equilibrio por el que deberían regirse no son a veces más que lejanas recomendaciones que pueden quedarse muchas veces en el perchero. Y es que hay que comer todos los días.

Pero todo tiene su límite, y, a tenor de lo que ahora sabemos, ese límite hace tiempo que en Valencia se había superado. Si algún sentido tienen nuestras televisiones públicas regionales es el de dar servicio a la comunidad en la que operan, prestando especial atención a los problemas más inmediatos, a los temas que más pueden interesar a los ciudadanos que allí viven y que a veces olvidan o descuidan por desinterés o falta de espacio las de ámbito nacional.

Pero en ningún caso deben servir, como por desgracia tantas veces ocurre, de correa de transmisión del partido en el gobierno, publicitando descaradamente hasta extremos grotescos sus mínimos logros y ocultando en cambio sus torpezas y fracasos. Es decir, no pueden convertirse, como ha ocurrido en Valencia y sucede también en otras partes, en un simple instrumento para ganar elecciones, para lo cual no se escatiman gastos ni se limitan despilfarros.

Todos los que hemos trabajado como corresponsales fuera hemos visto el despilfarro que suponían muchas veces la cobertura del viaje del político de turno a un país extranjero, rodeado de un sinfín de colaboradores todos alojados para la ocasión en los mejores hoteles, aunque ese viaje no tuviese, como ocurría con frecuencia, el mínimo interés informativo. Lo único importante era que ese político y su séquito saliesen ese día y a ser posible también varios de los siguientes abriendo los informativos aunque el tal viaje no hubiese servido para nada substantivo.

Hemos visto además cómo en muchos casos, las televisiones públicas han externalizado programas y servicios que podían perfectamente hacer sin mayor coste con sus plantillas para lucro de empresas ajenas, pero relacionadas con algunos de los responsables de aquéllas. Lo cual ha servido sólo para disparar sus presupuestos. Y hemos visto también cómo algunas de esas televisiones realizaban programas chabacanos e indignos, que en ningún caso debían tener cabida en un canal público, en un intento desesperado por ganar audiencia, compitiendo en el peor sentido con las emisiones más zafias de las privadas.

Al mismo tiempo no puede ocultársenos que hay muchos a quienes les gustaría acabar de un plumazo con las televisiones públicas si no tienen ya la garantía de poder controlarlas. Y escándalos como el de Valencia les viene que ni pintiparado para sus estrategias privatizadoras. Muchas veces son ellos mismos los principales responsables de los despilfarros que ahora tan hipócritamente denuncian. Y, como sucede cuando se producen abusos de ese tipo, terminan pagando justos por pecadores. Y no es eso, no es eso.