Con el cierre de RTVV como fondo, durante la rueda de prensa posterior al Pleno del Consell, el vicepresident Císcar, acorralado por todo lo que se había dicho durante la semana, se confesó: «Se nos llegó a pedir que cerrásemos hospitales». Uno tiene razones para afirmar que por una vez Císcar no hablaba a humo de pajas. Le faltó coraje para dar detalles y ante la insistencia sólo dijo que «de todas partes, del Estado y de la sociedad», pero sin negar que estos mensajes eran del Ministerio de Hacienda.

Uno tuvo la sensación de revivir aquel mayo de 2010 cuando Zapatero, recién regresado de Bruselas, hablaba como si se acabara de enterar de la real situación de las finanzas españolas. Montoro, igual que Angela Merckel con el presidente español, ha hecho con Fabra algo más que leerle la cartilla. La deuda de la Generalidad Valenciana (GV) es insostenible, Rajoy no se atreve a intervenirla y Fabra ha aceptado el oficio de liquidar servicios a condición del gota a gota financiero.

Sólo el ejercicio del más depurado «meninfotisme», expresión autóctona que califica una manera de pasar de todo, de que todo te resbale, junto con la falta de confianza y credibilidad de los mensajes procedentes de una

GV vencida por tanta incompetencia y corrupción, explican que, tras oir

a Císcar, el viernes la inmensa mayoría de valencianos se fueran a la cama sin sobresaltos e intranquilidades.

No todos disfrutamos de tan saludable escapismo. El «meninfotisme» es una forma de afrontar la convivencia que también practica el Consell reconociendo que no tenía ningún cálculo previo a la sentencia, respecto a las consecuencias de la anulación del ERE de RTVV. El lenguaje traicionó a Císcar cuando al tratar de explicar las consecuencias del no cierre, recurrió a comparar el coste en términos de construir ambulatorios o colegios. El ladrillo es la única unidad de medida en la cabeza del «meninfotisme» de los últimos tiempos, no lo que cuesta el buen y continuado funcionamiento de lo construido. Todo se mide en términos inmobiliarios y lo que pase luego, «se me´n fot».

Alguien decía que Zaplana encendió una mascletà administrativa que le ha estallado a Fabra. Durante todo este tiempo ningún dirigente (democráticamente elegido por una mayoría meninfotista) hacía caso a las contadas críticas a un modelo de gestión cimentado en el ladrillo y en las grandes apariencias, con Canal 9 para explicar a bombo y platillo las mastodónticas operaciones y silenciar cualquier desmán de la clase dirigente. Las múltiples aristas del poliédrico drama de RTVV no pueden ser árboles que impidan ver el bosque de una GV actualmente insostenible que sólo ha sabido gestionar sus servicios recurriendo a deudas insoportables.

No hay que entrar en el jardín de intentar comparar derechos muy diversos entre sí, como el de una información en valenciano o el propio de la sanidad, digamos el que proporciona un oncólogo a quien tiene un cáncer. En lo que más se asemejan ambos es en que han acabado dependiendo del incremento de la deuda de la GV.

Dejemos a los reputados expertos dilucidar si los 13.000 millones de euros de la cada vez mas popular «deuda histórica» con la Comunitat Valenciana incluyen o no los 1.300 procedentes de la extinta RTVV. Hay cuestiones más perentorias.

Cuando quien hace las cuentas, aunque sea un personaje tan poco atractivo como Montoro, dice que los valencianos corremos un importante riesgo de carecer de fondos en pocas semanas para los hospitales hay que prepararse para afrontar las consecuencias inmediatas. Algo que va mas allá de convocar manifestaciones indignadas que no curan cáncer alguno que deba operarse en cuestión de semanas.

No se van a cerrar de golpe ni los colegios, ni La Fe, ni el ambulatorio del barrio pero sí todos ellos pueden dejar de funcionar en buena medida, al mismo ritmo en que la deuda de la GV ejerza su presión. Seguramente no será tan espectacular que lo de Canal 9 pero sí mucho más contundente sobre nuestra vida diaria.

Desde el viernes sabemos que la GV necesita otros 830 millones de euros para pagar sus facturas de 2013 que debían haberse liquidadas a 31 de Mayo. Las anteriores, aquellas que hasta 2012 dormían en los cajones, ya han sumado más de 7.000 millones. La cifra es tan espectacular que los propios técnicos de Eurostat acaban de viajar desde Bruselas para poder entender y cuantificar toda la irresponsabilidad generada en los meninfotistas tiempos de Camps y compañía.

Las inconsecuencias, por colectivas que sean, no salen gratis y la realidad explota tarde o temprano; en Noviembre cerrando RTVV y en Diciembre pudiendo recibir mucho menos dinero del FLA del que estaba previsto como consecuencia del déficit permitido a la GV y del efecto del pago a proveedores.

El viernes, tras el Consejo de Ministros, sabremos si las facturas de 2013 se van a restar o no del dinero del FLA que necesita la GV para acabar el año. Si la decisión fuera que lo de los hospitales puede esperar, lo de Canal 9 será una anécdota; si tenemos suerte y todo se soluciona con un incremento de la deuda de la GV con el Estado, los Presupuestos 2014 mejor que se retiren, ya que sus falsas hipótesis serán incompatibles con la convivencia.

La responsabilidad del PP por haber llegado a que incluso Montoro haya pronunciado el «hasta aquí hemos llegado» no es comparable con la de los grupos de la oposición. Sin embargo uno tiene la sensación de que hay quien se siente mucho mejor instalado en la denuncia, en la ignorancia que a veces acompaña la justa indignación, más que en preparar propuestas que asuman la realidad. El «cuando ganemos», no es menos meninfotista que el «veremos cuando llegue la sentencia». Es cierto que el PSPV ha dado un paso más concreto, pidiendo el adelanto de las elecciones. Sin embargo, el entorno de Ximo Puig puede no tener asumida la magnitud de lo que significa gobernar con el peso de una deuda incontrolada.

Mientras, un aviso a todos los meninfotistas: os estáis suicidando, y con vosotros caeremos los que no compartimos aunque respetemos vuestro esquema intelectual. Quienes están ganando, si en realidad algo de beneficioso tiene recibir una llamada judicial, son los ineptos y los corruptos, entre los que uno no acaba de distinguir una línea de separación demasiado clara.