Dice un compañero periodista que de esto sabe lo suyo, que a Facebook le quedan a lo sumo cinco o seis años de vida. Los jóvenes están desertando de esta red social a millares. La fuga es imparable. Y lo hacen asistidos por una poderosa razón: los padres se han hecho amigos suyos y no paran de escudriñar en sus perfiles. Y encima pulsan el me gusta a las juergas y botellones de sus hijos. ¡Eso no es vida!

Esa red se ha convertido en un escaparate de una existencia digital donde reescribimos nuestra biografía al gusto del consumidor, llamado amigo. Allí volcamos máximas grandilocuentes que incumplimos una vez cogemos el autobús de buena mañana. En nuestra página pregonamos una actividad tediosa que disfrazamos de amena y aventurera. También hacemos de cadena para que circule compartido el artículo de un gurú de la antiglobalización o recomendamos a profesores de yoga o de nutrición sana antes de zamparnos una lata de callos. Exponemos en público la indecente castaña que cogimos el sábado para, pensamos ingenuamente, poner los dientes largos a los que se levantan sin pizca de resaca una mañana de domingo.

Entiendo a los jóvenes actuales, a esos traidores de la red de redes. En su lugar, yo también emigraría o buscaría seudónimos extraños. Así que para que no se arruine el señor Zuckerberg y pueda seguir comprando las casas de sus vecinos para evitar que le fisguen sus vecinos y ganar la intimidad que nosotros perdemos (¡qué paradoja!) me voy a desagregar (o como se diga) de mi hijo. Si no lo remediamos sus acciones bajarán temerariamente. Espero, por nuestro bien, que sigan recopilando nuestras aficiones, viajes, e, incluso, preferencias políticas para trapichear con esos datos (entregándoselos sin recato a la NSA) y esculpir de paso en nuestro muro su publicidad a la carta.

Voy a suprimir a mi vástago de mi cuenta de amigos. Así podrá colgar lo que desee sin temor a ser vigilado por su progenitor. Es mi contribución a la supervivencia de ese portal que nos regala primeros planos de paella antes de comernos el hervido; o fotos de un bebé dormido plácidamente, justo el día que más hemos madrugado. Os pido que si veis algo que me pueda interesar de mi hijo o algo de lo que deba enterarme, urgentemente me llaméis al móvil o me dejéis un mensaje. Por favor, espiadle por mí. Os estaré muy agradecido. Entendedme, debo borrarle ya de mis contactos. ¡Merece tener su propia vida virtual! A cambio, prometo ser fiel seguidor de vuestras publicaciones hasta que la muerte de Facebook nos separe.