Los crímenes que afectan al conjunto de la sociedad no se pueden substanciar entonando un simple mea culpa. Está de moda que los políticos y otros oficiantes pidan excusa por sus faltas y su mala gestión cuando ocupaban (y ocupan) cargos públicos. No basta, no les exime de los delitos, se convierten en encubridores, y hemos de dudar de su buena fe y de su intención de no seguir con las mismas prácticas.

El Consell no ha querido facilitar la investigación parlamentaria o judicial de la pésima gestión en RTVV, a pesar de haber pedido perdón por sus decisiones por boca del vicepresidente, José Ciscar. El Consell nunca se mostró en desacuerdo con el proceder de los directores generales nombrados a dedo por los muy honorables, fueran Bayona, Sánchez Carrascosa, Villaescusa, Genoveva Reig, Pedro García o José López Jaraba. Solamente la última, Rosa Vidal, ha sido criticada por la manera de recuperar técnicos imprescindibles para no cerrar. Las decisiones de esos políticos llevaron a un déficit creciente, como Levante-EMV explicó el pasado domingo. Al pueblo valenciano le ha costado cientos de millones de euros. El ente debe más de 1000 millones y ahora las indemnizaciones van a costar mucho más. Los responsables de ese ERE mal pergeñado deben dimitir.

Escuchar al pueblo que vota, paga y dejar de mirar su tele, o la parte del pueblo que salió a la calle el pasado sábado, no es una debilidad, sino una obligación. Aunque pudiera representar solamente a varias minorías y entidades, todas muy respetables y que pueden ser decisivas pronto. Es obligado ponerse a dialogar con las partes en conflicto y con los diversos representantes sobre cuál puede ser una salida viable o cómo podemos tener una radio y una televisión públicas sostenibles y que cumplan la función de información veraz, plural, independiente (el modelo existe, es la BBC). La salida pasa por un pacto para el presente y el futuro, siempre partiendo de lo que de momento es ley y si hay que cambiarla, se debe consensuar. Todo lo demás es atropello disfrazado de legalidad. Nada de rupturas insensatas e irreversibles.

El tema más arduo será saber cuántos empleados se necesitan y cómo hacer la criba. Con los equipos directivos de todas esas etapas no es posible contar para nada. Sus directrices han llevado a más de 1000 millones de deuda, un presupuesto demencial, unos sueldos abusivos, unas prácticas reprobables y una falta de libertad de expresión escandalosa y un enchufismo piramidal y galopante. Además, han hecho huir al espectador y la audiencia cayó al 3 %. Un desastre. Con ellos no se va a ninguna parte.

Con los equipos que han dirigido los informativos hemos de pensar como piensan en la calle, eran propagandistas de una fe contumaz. Una colla de comisarios políticos deleznables. Hay que hacer borrón y cuenta nueva. No hay otro modo de empezar una nueva etapa desde las buenas prácticas.

En cuanto a la plantilla, no hay que confundir a todos. Pero permítanme una duda. Cuando despedían a otros, cuando hacían listas negras, cuando condenaban al ostracismo a muchos, ¿dónde estaba la dignidad?, ¿dónde la profesionalidad? ¿La libertad, en qué quedaba? Los colaboradores de las villanías continuadas no son inocentes. Pensemos en «la banalidad del mal» que expresó Hannah Arendt, o lo de que «todos se han venido por una piscina», como dijo Orson Welles. Por ello, pedir perdón no les redime de sus incontables e incalificables desmanes, que tanto mal han hecho a la sociedad valenciana. La han infectado hasta la médula, la han adulterado y alienado. No veo que pueda haber olvido ni perdón para una información mendaz continuada y la telebasura, ellos son quienes nos han convertido en un vertedero. Dudo que les pese en conciencia, de lo contrario habrían dimitido hace años.

Me temo que a los periodistas les quedan pocos días para demostrar arrestos. Le pediría menos autocomplacencia en estas jornadas de postrimerías. A mí me producen un profundo estupor y asco con ese tono. Y no soy el único, ese 15% de audiencia que les abandonó hace años a su suerte piensa como yo. La gente de la calle no traga. No sean tan ingenuos. Les desafío a que lean esta opinión discordante en uno de sus telediarios libres... A ver si por primera vez hay un comité de redacción tan abierto a la crítica.